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CRÉMER CONTRA CRÉMER

La opinión de los opinantes

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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CREO QUE es honrado declararlo: la mayor parte de los que escribimos para los periódicos, previamente nos dotamos de los conocimientos que se necesitan para cubrir el encargo a través de los compañeros. Así es que el que suscribe no tiene ningún reparo en declarar que antes de ponerme ante la máquina, repaso lo que escribió Pérez Chencho, al que atribuyó una perspicacia, o intuición o sabiduría para dar precisamente en el clavo y en la herradura, y cuando por alguna razón este apoyatura me falla, se nota en mis escritos. Ya lo dejó anotado para caminantes el profesor Amando de Miguel, en su libro sobre La sociología de las páginas de opinión: «El escritor de periódicos vive principalmente de lo que escriben sus compañeros de pluma». Y es tan cierto como si se lo hubieran inspirado o transmitido los ángeles del Pentecostés. Como es obligado conocer que «La primera condición para dar una opinión, es tenerla», que también lo dejó dicho el profesor De Miguel. El compañero y amigo por añadidura Pérez Chencho es de los que tienen opinión sobre las cosas. Y de ahí que, con todos los reparos que cada lector opone siempre, el manantial informativo de Pérez Chencho resulta inagotable. Y es que estamos pasando en España, por una desgracia o por otra, (que no parece sino que estemos bajo la influencia de algún Merlín maléfico), no dejamos pasar un día sin analizar alguna catástrofe, marítima o celeste o a ras de tierra. Y esto naturalmente obliga a los profesionales de la información a intentar averiguar las causas del evento, forzándolas las versiones oficiales para saber y hacer saber la verdad. Porque nunca, jamás, en los muchos años de historia que soportamos, se ha dado un tiempo en el que la mentira, el engaño, la manipulación de los hechos se hayan mostrado con tanto descaso como ahora. Resultado de esta maquinación de la falsedad, es que nadie, absolutamente nadie, consigue enterarse de la verdad. Y envueltos en esta atmósfera de embustería, los ciudadanos, terminamos por no querer saber nada de nada. Y quienes manejan la Fullería como instrumento de vida, triunfan y se enriquecen. Y aunque el mundo sigue andando o rodando, los habitantes de este mundo de decepciones se abisma cada vez más en su indiferencia. O lo que es peor, entiende que si los hombres y las mujeres representativas se ensucian las manos y la conciencia, no tenemos los contribuyentes mínimos por qué alardear de honrados, de decentes, de caballeros sin tacha. Y termina la historia en que todos somos unos o el bailarín y el trabajador, que diría Benavente. La gran disculpa inventada últimamente es que todo cuanto acontece es el resultado de un fallo humano. Y si se hunde un barco se le carga el tanto de culpa al grumete; si se escora un tren, la culpa fue del factor dela banderita; si se desploma un avión, se le atribuye el suceso al viento del Este. Todo menos aceptar que además de la paloma de Alberti también los señores ministros y los jefes de gobierno y los generales y los mariscales de campo se equivocan. Y es triste, tristísimo comprobar cómo esta tendencia general hacia la trampa, hacia la picaresca está formando o deformando una sociedad en la cual pueden darse los mayores fraudes o los enredos más canallescos. Por ejemplo y sin que sea motivo de bronca, nos encontramos en la hora en que me asomo a este balcón informativo ante la demostración de encajería fina más descarada de nuestra historia. Ni cuando Romero Robledo, ni cuando Sagasta, ni cuando Maura, que eran tiempos precisamente de granujerías políticas, se dieron ocasiones tan numerosas y escandalosas como las que se están ofreciendo en esta España nuestra, que diría Mari Trini. Para ejemplo basta este botón: en Cantabria, mediante un juego de taumaturgia política que no se le salta un gitano, ha sido nombrado alcalde, de tres grupos que lo pretendían, el que menos votos había obtenido. ¡Ahora se pretenderá que nos traguemos que a eso debe considerarse como una acción democrática!