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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Día mundial sin nada

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ACABAMOS de celebrar el Día Mundial sin tabaco. Firmo y las cuartillas guardo / mientras enciendo un pitillo / y firmo primero, Eduardo / una M. y del Portillo. Tampoco se nos marchó sin su correspondiente celebración el Día Universal de la madre maltratada, del Seminario por vocación, del político a la deriva, del inmigrante de Alaska y de todo cuanto existe o pueda existir en la agenda del buen demócrata. Al paso que vamos y tal como solemos comportarnos los españoles, que para casi todo somos excesivos, llegará un tiempo en el cual nos sea posible y obligado celebrar el Día Universal de nada. O sea, que el ser humano, cansado de ponerle banderas al calendario decida que lo que de verdad corresponde y debiera importar a los poderes es el Día Universal del Hombre, del ser humano, del vecino corriente y moliente, que a lo que aspira es simplemente a poder comer, tomar el sol pacíficamente y dejar que la conciencia recorra los verdes prados sin necesidad de celebraciones, de invitaciones no de encuentros. No se sabe por qué razón -se supone que meramente comercial- la sociedad democrática, en la que nos batimos el cobre, inventa sobre la marcha torpe de sus ordenaciones políticas, el juego de las celebraciones. Y tanto les da a los inversores proponer la fiesta o la lucha contra el tabaco como por la conquista del escaño del alcalde pedáneo de Villalar de la Tuerta. No parece sino que convencidos de nuestra ineficacia para establecer una sociedad normal, pacífica y honrada, intentáramos cubrir el expediente saliéndonos por los festivales, conmemoraciones y consejos para el mantenimiento de la salud y glorioso esplendor de los cuerpos. Se condena el uso del tabaco, y la obesidad y la vejez y a nadie se le ocurre que los dineros que se gastan en toda esa parafernalia prohibitiva y ceremonial se podrían remediar infinidad de carencias, de miserias que son las señales inequívocas de que no vamos bien, de que la sociedad no va bien, de que la salud pública no va bien y de que el tabaco mata. Hemos alcanzado como comunidad solidaria ese estado de gracia que consiste en atacar los errores o los males a mano airada, y no buscando la manera racional y cristalina o si se quiere democrática de solucionarles. Por ejemplo hablar de la obesidad y sus peligros en una sociedad como la nuestra poblada de hambrientos, dígase lo que se quiera, parece una frivolidad como lo es prohibir el tabaco como medio de acorralar la angustia del hombre moderno, cuando se sabe o se supone que las tales angustias se derivan tanto del uso del tabaco como de mal uso que algunos de nuestros representantes hacen de sus poderes. Ni somos moralistas ni estamos comprendidos con el oficio de poner boca arriba todos aquellos documentos públicos que encubren muy serios quebrantos o malversaciones. Sencillamente se trata de que nos interesa gratamente la ciudad en la que vivimos y la provincia que admiramos y los hombres que la pueblan y nos encocora que algunos recién llegados confundan la velocidad con el tocino y entiendan que a más circo y celebraciones ofrecidas al pueblo, menos tiempo y ganas de este para seguir los pasos -los malos pasos- que alguno de nuestros representantes puedan dar en el uso de sus prerrogativas y quisiéramos enmendar la tendencia hacia la parafernalia permanente a la que estamos siendo precipitados. Vamos a dejar en sus lógicos lugares lo de la Batalla de Clavijo, lo del Paso Honroso, lo de las Cabezadas, y tantísimos otros cuentos como se mantienen para distraer al personal y dedicarnos a establecer los dispositivos racionales mediante los cuales la ciudad y los ciudadanos podamos obtener la sensación de que estamos bien gobernados, de que si no vamos bien, tampoco estaos abocados a morir con las elecciones puestas.