CRÉMER CONTRA CRÉMER
¿Hacia una nueva etapa?
ES OBLIGADO PENSARLO Y ESPERARLO. No hemos cambiado de signo municipal y provincial para seguir con lo mismo. Aquí se mueve algo o si no se moviera cabría pensar que nos encontrábamos ya sin pulso, sin sangre y sin ganas de cambio. España va bien, pero a lo largo del examen en profundidad que fueron las elecciones, se descubrieron fallos, errores y hasta torpes manipulaciones que demuestran que aunque España parezca que va bien, algo hay que no acaba de ajustarse adecuadamente. Silenciosamente, discretamente, con cautela y cuidado para que no se rompa la figurita, el nuevo equipo municipal se dispone a revisar lo revisable y a poner en su lugar aquello que quizá por excesiva movilidad quedó un tanto desajustado. Ocurre siempre: cuando se produce el relevo en la oficina, el nuevo jefe, dedica los primeros cien días de su mando a cambiar casi todo: donde aparecía colocada la pantalla del ordenador, ahora corresponde la pantalla del Internet, y donde antes se colocaba la mesa con teléfonos de la secretaria, ahora ocupa el lugar un chico muy encorbatado y siempre con la sonrisa puesta. Es inevitable. Las elecciones se hacen, no para enmendar los fallos del mecanismo oficial, sino para mover el escenario. Claro es que al principio, y teóricamente, para advertencia de funcionarios, se advierte que las cosas van a cambiar, pero nada cambia. Todo sigue igual, parece que fue ayer. Y así que se consumen los días previstos para tomar tierra y para ensayar los primeros pasos, los novísimos se mueven al mismo ritmo que aquellos a los cuales decían que venían a sustituir para transformar la técnica y la norma de comportamiento y de conductas. No es que inspiren estas reflexiones una cierta tendencia a pensar mal «piensa mal y acertarás», porque en resumidas cuentas, nosotros, los encargados de dar cuenta escrita de lo que eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, no cambiamos nada y lo único que nos mueve es el deseo vehemente de que todos acierten y que la ciudad se beneficie de su sabiduría, de su honradez y de su buena voluntad. Y lo mismo que nosotros o sea los que andamos por estas veredas de los medios de comunicación respetamos, dentro de lo que cabe, a quienes nos gobiernan y enjuagan, también ellos, los portadores de valores económicos y culturales eternos, deben concedernos cuando menos el beneficio del respeto y de la tolerancia. Y si en alguna ocasión se nos escapa el fragor de la sangre por las cañerías de la ironía, de la crítica y aún del calificativo aplicado libremente, deben tener el talante dispuesto para el perdón, sin entrar en juegos de represalias ni en asesinatos del mensajero. Ya se nos acabaron las fiestas de guardar, y significativamente este hecho puede servirnos para comenzar a pensar en la reforma. Gobernar una ínsula como León en difícil, muy difícil. No solamente por la retranca propia de nuestra naturaleza, sino porque León es un pueblo dotado de tal capacidad para la evasión, para la desidia, para la indiferencia que bien puede una corporación hacer milagros, que no conseguirá nunca que la sociedad leonesa le provea de devotos. Aquí no van a misa ni los católicos y de derechas de toda la vida. Y si no es fácil gobernar con poderes absolutos, mucho menos lo es mediante la instrumentación de pactos, nunca coincidentes, por muy buena voluntad que se ponga en la operación. Y los señores que se disponen a gobernar la Casa de la Moneda, están rigurosamente obligados a respetar unas reglas, comunes a las dos partes contratantes. Por nuestra parte es obligado asegurar que con idéntica fidelidad y buena voluntad con que servimos a los antiguos señores de la Casa estamos obligados a servir a los nuevos inquilinos a los cuales naturalmente, por la cuenta que nos tiene, deseamos los mayores aciertos.