Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Ocho miradas en una

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ES EL MOMENTO más sensible del galerismo en León: Se da por terminado el ejercicio y sus mentores se disponen a hacer balance y a proporcionarse un tiempo para la preparación del próximo curso. La Galería de Arte «Lancia» ha dispuesto su oferta final reuniendo a ocho pintores de León, con muestras significativas de cada uno. Esta fusión, esta reunión o ensamblaje es siempre un riesgo que los pintores gustan recorrer creo que más que nada para obtenerse una licencia que les permita seguir. Porque el pintor, el artista, se hace no en la soledad del estudio ni tampoco en la preocupación profesional del taller, sino en el contacto y observación de la vida. Una vida que está compuesta de formas, de colores, de pálpitos humanos, de entrañas vivas. El artista que tan solo se atenga a los ecos de sus propias músicas interiores está inevitablemente condenado a morir en el silencio. Estos ocho pintores que despliegan en la Galería «Arte-Lancia», sus textos, constituyen -me arriesgo a proclamarlo- la auténtica vanguardia del arte que mandan hacer los tiempos. No están posiblemente todos los que son, pero evidentemente son todos los que están. Y esta prueba podría servir a quienes aparecen como responsables de la promoción cultural leonesa, para ensayar nuevas reuniones, todo lo numerosas que el inevitable signo selectivo exigiera, para disponer de este modo de una auténtica historial real del arte que hacen los leoneses. Si este despliegue debiera disponer de una norma que pudiera servir de lección, diríamos con Mallarme, que el arte, que esta gloriosa aventura que emprenden los artistas leoneses tiene sentido «porque se propone dar un sentido más puro a las palabras de la tribu». Repasamos, a paso de carga emocional los personales testimonios de cada uno de los artistas del catálogo. Y nos damos en primer lugar (por orden riguroso de su enunciado en la invitación, con Félix Agüero, o la profundidad y la infinita encargadura del paisaje, tan poco pendiente de un firmamento paralelo. Luis Gómez Domingo, tan persuadido de la belleza de sus sentimientos como ser humano, se permite el lujo de poner de manifiesto lo que su pintura tiene de sensibilidad lírica, para pasar y no de prisa, que si la prisa no es buena para nada, lo es mucho menos para el arte, a la soberbia maestría de Petra Hernández, tan dominadora de los medios de expresión, tan segura de sí misma y de lo que hace. Luego, y no como réplica al realismo poético de Petra, Modesto Llamas se deja abrir explosivamente como una granada de penetrantes colores y formas proyectando luces como una gran descarga estelar. Lo de Juan Carlos Uriarte es para ser tratado aparte y despacio, no solamente por sus escuetos dibujos sino por sus forjados, por sus hierros tan expresivos, tan pujantes y sorprendentes, cual si se tratara de trabajos de algún titán. Ramón Villa ofrece como una donación graciosa, dos demostraciones, no de pintor sino de hombre en ascusas, en vilo, en gracia, con descubrimientos cromáticos que asombran, concediendo al concepto toda la profundidad conmovedora que comporta. También inventa el color y lo aplica movida la mano por un ángel travieso. Para dar al final o al principio, según sea la ruta del espectador con la obra de Luis García Zurdo, siempre como en por de sus propios fantasmas, de los fantasmas de la pintura hasta dar con su acento original, con su traducción más equilibrada dentro de la aparente profanación de formas y colores. Digo que esta muestra de la pintura leonesa, mediante la presentación de estos ocho pintores me ha convencido. Porque el arte si bien no necesita explicación, sí resulta obligado que mueva la conciencia del observador, a fin de que no se quede en una pincelada en el aire.

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