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| Las calles | Puerta del Sol |

Armazón del tiempo y la memoria

Publicado por
Javier Tomé - astorga
León

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La Puerta del Sol o Puerta Sol, tal como se la conoce popularmente, se configura como un enclave con gran sabor de época y rebosante de ecos históricos relacionados con nuestro pasado. Siguiendo el procedimiento habitual en esta sección que pretender realizar un itinerario sentimental por la ciudad, comenzaremos con su descripción urbana al día de hoy. Dibujada en prolongada y muy marcada pendiente, su trayecto discurre entre la emblemática plaza de San Francisco y Minerva. Efectivamente, la Puerta del Sol arranca escoltada por un ramillete de tradicionales referencias ciudadanas, como son el convento de San Francisco y la capilla de la Vera Cruz, y en la otra mano, el Hospital de las Cinco Llagas, escoltado por el edificio que acoge a las Siervas de María. Una compañía de privilegio para su primer tramo, que gira luego hacia la derecha para iniciar un descenso que se mantiene hasta su punto final. Referente ciudadano Las murallas de Astorga, ese hermoso y rotundo cinturón de piedra erigido por los soldados imperiales para cobijar y proteger al primitivo núcleo de población, tenían una serie de puertas de entrada que constituyeron, a lo largo de los siglos, referente inevitable en los más llamativos aconteceres históricos y ciudadanos. Una de las más famosas y citadas es sin duda esta Puerta Sol, así denominada por su situación hacia Oriente. Testigo privilegiado de los más importantes hitos astorganos, por la Puerta del Sol entró en la ciudad César Augusto, el mandatario romano que otorgaría su sello de identidad a la llamada, en su honor, Asturica Augusta. Otros visitantes ilustres no vinieron al solar astorgano con tan buenas intenciones. Devastación y fuego En mayo del año 457 penetró por aquí el temible Teodorico, sumiendo a la ciudad en un aquelarre de devastación y fuego. Y tras él llegarían guerreros como Witiza o Almanzor, quien tomó la capital tras un primer y frustrado asalto. Con muy distintas y pacíficas intenciones aparecieron en Puerta Sol los grupos de peregrinos que pasaban por Astorga, en su piadoso periplo que terminaría ante la tumba del Apóstol Santiago en Compostela. Los caminantes de la antigüedad recorrían primero la rúa de Francos que cruzaba el arrabal de San Andrés, donde existió un afamado hospital peregrino, para afrontar como último trámite la cuesta que finalizaba en Puerta Sol y daba acceso a la ciudad. A su paso, fueron abriéndose una serie de comercios que se arracimaban en la entonces llamada, y con toda propiedad, Rúa de las Tiendas. Puerta Sol sirvió en la antigüedad como marco de entrada para reyes como Alfonso VIII y Sancho el Mayor de Navarra, además de despedir a un enojado Napoleón durante los aciagos días de la Guerra de la Independencia. Granaderos asesinados El gran Bonaparte marchaba furioso de Astorga, pues cada noche eran asesinados varios de sus granaderos en una ciudad que escribiría por entonces una de las páginas más gloriosas de su dilatada historia. La Puerta del Sol desapareció a comienzos del siglo XX y aún a mediados de aquella centuria caían al suelo trozos de muralla, tal como recoge con gran pesar la prensa de la época: «nos referimos a esos botones de muestra que nos ofrece la muralla de Puerta Sol, que se vienen al suelo sin merecer una ayuda en su caída ni el menor respeto para los vecinos afectados por la inseguridad de sus piedras». Como último testimonio de su antigua prestancia, podemos admirar en el espléndido Museo de los Caminos el candado que cerraba la puerta. Despedimos esta semblanza con una curiosa y colorida tradición vivida en el enclave de Puerta Sol. Cada vez que la venerada Virgen del Castro venía a Astorga desde el Santuario de Castrotierra, ubicado a 17 kilómetros de nuestra ciudad, entraba por la Puerta del Sol. Y el pueblo, con su sabiduría ascentral, decía que era por visitar a otra querida Virgen, instalada precisamente en la entrada de la muralla. Aquí se cantaba una Salve, que era igualmente homenaje a la imagen que llegaba y a la otra que esperaba en su atalaya. Sin este requisito inmemorial, la comitiva con la Virgen del Castro no podía entrar en la ciudad. Al derribarse la Puerta del Sol, su Virgen fue recogida en una hornada que se exponía en el inmediato convento de San Francisco, eterno símbolo de religiosidad en tan castizo entorno y un edificio clave del mismo.