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El sacerdote que cambió Astorga

La plaza, en la imagen, es una céntrica estampa urbana  dedicada al obispo Julián de Diego y Alcolea

La plaza, en la imagen, es una céntrica estampa urbana dedicada al obispo Julián de Diego y Alcolea

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Javier Tomé - astorga
León

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En la entrega anterior repasamos la estampa urbana de esta céntrica plaza nominada en homenaje al prelado don Julián de Diego y Alcolea, completamente remozada a principios del siglo XXI siguiendo el proceso de mejora experimentado por el gran eje monumental astorgano. Durante el proceso se encontraron, en el solar de las llamadas "casas de Miguélez", antiquísimas construcciones romanas y algunos fragmentos de pinturas murales. Y en la pasada primavera también aparecieron vestigios de un hipocausto, cerámicas y monedas de distintas épocas. Con respecto a nuestro personaje protagonista, el obispo Alcolea nació el 16 de febrero de 1859 en el pueblecito de Ontanares, sito en la provincia de Guadalajara. Criado por unos tíos maternos en la localidad gallega de Mondoñedo, don Julián siguió la carrera eclesiástica con gran aprovechamiento, y con apenas 19 años de edad ya era profesor de Latinidad en el Seminario de Mondoñedo. Tras pasar por la catedral de Palencia en calidad de canónigo, el año 1892 fue destinado al influyente y problemático obispado de la capital de España. El año 1898 era nombrado arcediano de Madrid por la misma reina de España, ocupando simultáneamente otros cargos en la diócesis capitalina. Círculo de obreros de San José El gobernador eclesiástico de Madrid sortearía con brillantez las numerosas dificultades surgidas durante su gestión, logrando imponer una perfecta organización en su sede, además de fundar por aquel entonces el Círculo de Obreros de San José. Buena muestra de las inquietudes sociales de don Julián es su ingreso en la Central de Congresos Católicos y en la Junta del Círculo de Obreros. El 7 de julio de 1902 se le destinaba a Valladolid, desempeñando en la diócesis los cargos de secretario de Cámara y Gobierno, y gobernador eclesiástico, logrando captar las simpatías generales en la capital castellana «por lo afable de su trato, su cultura nada común y sus admirables dotes de mando». Orador habitual en el Círculo de Obreros pucelano sobre los problemas que afectaban a las clases más necesitadas, «El obispo Alcolea no se ha limitado a hacer estudios teóricos de un asunto que tanto preocupa en la actualidad a los espíritus reflexivos, sino que ha extendido su acción hacia las masas obreras con las cuales se ha puesto en relación frecuente contemplando de cerca sus infortunios y aún socorriendo en repetidas ocasiones sus necesidades». A La Bañeza A la vista de tales antecedentes personales, tanto el clero como los fieles maragatos quedaron encantados cuando, allá a principios del siglo XX, don Julián fue nombrado obispo de Astorga. Y la verdad es que la gestión personal de este hombre culto y acostumbrado al gobierno de distintas e importantes diócesis, pronto se hizo notar en la vida cotidiana de la ciudad. Tras su toma de posesión el día 14 de febrero de 1905, el inquieto obispo Alcolea pronto organizó una excursión pastoral a la vecina localidad de La Bañeza. Efectivamente, en el mes de julio tuvo lugar una marcha desde Astorga a la entonces recién nombrada capital, acto en cuya conmemoración se clavó en la columna de la nave central de la iglesia de Santa María, una lápida que decía: «El día 12 de julio de 1905 celebró de pontifical en este augusto templo el Ilmo. Sr. Don Julián de Diego Alcolea, dignísimo Obispo de Astorga, terminando con este acto la peregrinación eucarística asturicense a esta ciudad». El celo impuesto por el obispo a la mejora de las condiciones sociales en que vivían los obreros maragatos, además de su constante preocupación por el estado de los monumentos locales, propiciaron una campaña emprendida por El Pensamiento Astorgano para imponer su nombre a nuestro enclave protagonista, iniciativa aceptada por el Ayuntamiento a finales del verano de 1908. Palacio Episcopal También por entonces el concejal don Leoncio Núñez pidió en el pleno que se dedicara una vía pública al obispo Grau y Vallespinós, iniciador como todos sabemos de las obras del Palacio Episcopal. Pero a su repentino fallecimiento, y después de las divergencias surgidas entre Antonio Gaudí y el cabildo que precipitaron la partida del arquitecto catalán y su renuncia a culminar tan genial proyecto, el armazón del edificio religioso permanecía inconcluso y un tanto dejado de la mano. Y es entonces cuando el obispo Alcolea se responsabilizó de la conclusión del las obras del Palacio Episcopal.

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