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La conclusión del palacio episcopal

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Javier Tomé - astorga
León

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Hoy concluiremos esta serie de entregas dedicadas al obispo don Julián de Diego y Alcolea, cuyo nombre rotula desde 1908 uno de los enclaves más céntricos y transitados de la ciudad. Tras ocupar cargos de la mayor responsabilidad eclesiástica en Madrid y Valladolid, el día 14 de febrero de 1905 el obispo Alcolea tomaba posesión en Astorga, emprendiendo a los pocos meses una recordada excursión pastoral a La Bañeza, conmemorada con una lápida que permaneció durante décadas en la nave central de la iglesia de Santa María. Pero su objetivo más ambicioso sería la culminación del fantástico Palacio Episcopal que quedara inconcluso al fallecimiento del obispo Grau, su inspirador, pues el arquitecto Antonio Gaudí peleó con el cabildo y se marchó de Astorga, jurando no volver a poner los pies en el solar leonés. Y cumplió su palabra, a pesar de que el obispo Alcolea realizó una serie de gestiones personales para que el genial y temperamental Gaudí retomara su espléndida obra. Entonces, ante su tajante negativa, se nombró como nuevo director del proyecto a Ricardo García Guereta, quien se puso manos a la obra con el entusiasmo y la dedicación debidos. Cambio urbano Por aquellas fechas Astorga experimentó un profundo cambio urbano, según el plan presentado por el arquitecto municipal, don Antonio Alcalde, y aprobado por la corporación municipal el día 3 de abril de 1909, con el alcalde don Francisco Alonso al frente de tan ambicioso proyecto. La idea primordial consistía en reformar la antigua calle de San Marta y la irregular plaza de los Oficios, con el fin de dar mejor acceso a la Catedral y al naciente Palacio Episcopal. Así fue preciso derribar las viejísimas casas de don Fermín Robles y don Manuel Guijo, además de otras dos casuchas que, frente a la calle de Santiago, taponaban ésta última y la calle de Santa Marta, que por entonces ya comenzaba a adoptar hechuras de vía principal. La piqueta municipal también se ocuparía de derribar el molesto saliente de una vivienda que pertenecía a don Pantaleón Prieto de Castro, al tiempo que se expropiaban la huerta y otras dependencias de la Casa Rectoral de Santa Marta, aparte de otro feo caserón que hacía anacrónica fachada frente al Palacio de Gaudí. Todo ello con el propósito último de despejar la visión de los ábsides catedralicios y episcopal, construyendo en el lugar una glorieta con su correspondiente fuente y un muro ornamental con su jardín al pie. El centenario En definitiva, un proyecto tremendamente ambicioso y más en una época donde las arcas municipales permanecían exhaustas. Las crónicas contemporáneas se congratulan al final de su ejecución, pues «bien merece celebrarse por su mérito en sí y por el bizarro astorganismo que supuso el afrontar la reforma trascendental de uno de los barrios más característicos de la ciudad». El segundo piso A todo esto, las obras en el Palacio Episcopal marchaban viento en popa y el arquitecto Guereta ya había ejecutado el segundo piso. Precisamente la entrada está rematada por un frontón donde figura el escudo el obispo Alcolea, como finalizador de la obra. En 1913 quedaba definitivamente rematado el Palacio Episcopal, y el propio Alcolea celebró una solemne misa en la capilla de tan espléndido recinto sacro. Implicado en todos los movimientos sociales y culturales de la época, el prelado se desplazó a Valladolid en 1909 para pronunciar una comentada conferencia en el Círculo Católico de Obreros. La prensa pucelana destacaría en diversos artículos la interesante charla de don Julián, al que calificaba como «sociólogo eminente y obispo de los obreros». A Salamanca Pero la estancia de Alcolea en la capital maragata tocaba a su fin, y efectivamente en 1913 fue promovido como obispo de Salamanca y se alejó definitivamente de su querida diócesis. No obstante, su recuerdo surge a cada paso en la ciudad a la que tanto amó y benefició. Por supuesto, la memoria de Alcolea sigue vigente en el espléndido Palacio Episcopal que lleva su sello, además de participar activamente en la erección del monumento levantado a los héroes de la Guerra de la Independencia durante la guerra contra las tropas bonapartistas. Un homenaje en piedra al patriotismo y al valor, cuyo promotor fue precisamente el obispo que rigiera esta diócesis entre los ahora lejanos años de 1905 y 1913.

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