Diario de León
Publicado por
BERNARDINO GAGO PÉREZ
León

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ESTOS últimos días de mi estancia en estas tierras sureñas han sido para mí muy ajetreados culturalmente. He visitado pueblos de la vega del Esla, de los Oteros con mi zurrón de humilde juglar y mis hojas sobadas de romances nuevos, de cantos a la tierra y al hombre, términos ambos en los que mis raíces se hunden profudamente en el amor. Han sido las villas de Matedeón, Toral de los Guzmanes, Villaquejida las que me han brindado la dicha de acercarme a sus amables gentes. Han escuchado mi voz y dado muestras de afabilidad y cortesía como saben hacerlo siempre estos hombres y mujeres de los campos de pan, de trigales y de viñas, de maizales y de huertas. Y he recordado rutas y senderos de estudiantes de bachillerato que accedieron a estos estudios mediante un transporte escolar, pionero en la provincia de León en la década de los setenta, impulsado por la Sección Delegada Mixta de Bachillerato de la villa de Valderas, descolgada allá en el sur de las tierras de León entre las vecinas provincias de Valladolid y Zamora. Descolgada sí, he dicho, y quizá por esto olvidada. De esta villa leonesa desde la separación de los reinos de Castilla y León, en el reinado de los últimos monarcas leoneses Fernando II y Alfonso IX a caballo entre los siglos XII y XIII, me cupo en suerte ser pregonero de sus fiestas de la Virgen del Socorro. En ella viví, me enraicé como docente y responsable del Instituto en sus primeros años y a ella amé por su gentileza e hidalguía. Mi canto a esta tierra fue fruto de un desgarrón afectivo, lleno de lirismo que no pudo ser plasmado en su día ni por televisión, ni por radio, pero sí caló hondo en los oídos de los muchos asistentes. «Valderas, yo te saludo» fue el canto continuado de mi disertación, por lo que fue, es y debe seguir siendo: pueblo con esplendor económico y social. Valderas fue núcleo comarcal y tiene que seguir siéndolo, abierto a los pueblos de su entorno. El castillo de Berenguela, a quien se lo donó su padre Alfonso VII de Castilla, como rezan los Tratados de Paza de Cabreros, primer documento oficial escrito en castellano en 1206. La villa tiene a un gran hombre, el sencillo, campechano y humilde cura Antonio González de Lama que pasó por el mundo sin hacer ruido, con las alforjas de su poesía al hombro, para cambiar la sociedad que nos tocó vivir tras la contienda civil; defensor de esta poesía social con otros vates leoneses como el hoy nonagenario Victoriano Crémer aún bañado con el néctar de las Musas. ¿Cuántos jóvenes no han salido de las aulas del antiguo seminario, del colegio de las Carmelitas y del instituto a inundar de cultura al mundo?. De las Carmelitas son legión los que llevaron su formación cultural a cualquier nivel social de la administración o a profesiones liberales. Desde los setenta con la apertura de centros de enseñanza media, Valderas, se abría al progreso educacional en un ambiente ya de penuria económica. ¿Hoy esta tierra tiene que estar sentenciada al fracaso?. De ella se destierra su gente joven con una formación universitaria a otras tierras prósperas. Estos pueblos, donde nace el cardo y la ortiga entre tapias de adobe, se derraman en el abandono y la tristeza. ¡Cuántos suspiros, cuántos gritos pueden salir de la boca de las gentes de este León mesetario!. Que el clamor se levante unánime. Que sus pueblos, que sus aldeas no mueran. Que sus hijos sigan viviendo en la tierra caliente y fría que los vio nacer.

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