Laciana en León
NO SON muchas las ocasiones en las cuales los lacianiegos (entiéndase también babianos, omañeses y del Concechu Palaciegu) podemos disfrutar en la capital del Reino, de algún acto en el cual éstos nuestros valles puedan ser los protagonistas. En las últimas fiestas de San Froilán pudimos ver y sentir los sones de nuestras brañas, los ancestrales bailes de nuestros pueblos representados en un marco incomparable (y en esta ocasión no es el típico tópico) con el palacio de los Botines a la izquierda y el de los Guzmanes al fondo. A decir verdad, sobraba el banderolo ese que dicen es de todos los que habitamos esta autonomía, aunque no nos sintamos representados pro el ni leoneses ni castellanos, claro a no ser los que cobran por ello, que son unos cuantos. El banderolo, como decía, empujado por el viento tapaba la bandera de España y la minúscula enseña de León. Verdaderamente nadie que no lo sepa se pensaría que tales banderas ondeaban en la más alta representación leonesa, le sede de la Diputación Provincial. Pero volvamos a lo nuestro, el tema de las banderas es algo similar a lo de las fundaciones y otras milongas que los políticos nos quieren meter a mazamartillo. En la tarde, ya noche del sábado, después de alguna aberración folklórica leonesa, de esos grupos que bailan danzas de toda la provincia sin mayor rigor que el que ellos mismos se imponen. Que lo mismo se cogen de la mano y bailan rigodones afrancesados, que nos cuentan la vida y obra de San Froilán sin venir a cuento. Por fin, los muchos lacianiegos que nos tragamos las actuaciones que digo, pudimos por fin ver actuar al Grupo Tsaciana. Verdaderamente, después del excesivo colorido anterior pudimos ver la tristeza parda de los trajes montañeses. Escuchamos fervorosamente los sones de los pandeiros y dejando la mente volar llegamos a cualquiera de las brañas de antaño. El domingo y con el mismo marco, la muestra era de música tradicional. Realmente el escuchar a Moisés Liébana, cabreires de Corporales, sin duda alguna el mejor intérprete de gaita de fole, seguido de Maximiliano Arce, del maragato Rabanal del Camino, un virtuoso de la chifla y tamboril, no nos hizo larga la espera hasta que llegó el momento que todos los lacianiegos esperábamos, la actuación de Carmen Marentes, que al frente de algunos componentes de la Sociedad San Miguel de Bailes y Costumbres de Laciana, nos hicieron sentir a Laciana con sus pandeiros y sus cantares a la manera de antes. No quiero entrar en el tema de la pureza del folklore, de las vestimentas, de las diferentes maneras de enfocar sus actuaciones de los dos únicos grupos que representan a Laciana y a los lacianiegos. Esto es harina de otro costal. Solamente quiero agradecer a ambos grupos, a todos y cada uno de sus componentes, el que hayan traído por unos momentos los aires de Laciana a la plaza de Botines de León. Seguramente todos los allí reunidos, lacianiegos (y babianos y omañeses, y palaciegos) en el exilio leonés pudimos disfrutar y sentir lo que yo sentí. Hasta creo que vi volar un galfarro por encima del palacio de los Guzmanes igual que si volara por la braña de Sosas, una de las pocas brañas del solano que todavía no han arrasado las máquinas del emperador Vitorino.