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La memoria de Astorga

El cronista oficial de la ciudad, que llegó a magistrado del Tribunal Supremo, dejó una amplia obra literaria tras su fallecimiento a los 95 años, el último Domingo de Pascua

Publicado por
Javier Tomé - astorga
León

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La semana pasada iniciamos la evocación de la calle que lleva en su rótulo el recuerdo del escritor, magistrado y cronista oficial de Astorga, don Luis Alonso Luengo, cuyo corto trayecto se extiende entre la calle de La Bañeza y la plaza de San Julián, a la misma vera del santuario de Fátima. La personalidad de don Luis, fallecido a los 95 años de edad, en el Domingo de Resurrección de 2003, requiere un gran acopio documental, pues nos encontramos ante uno de los personajes más relevantes que ha dado nuestra ciudad en los últimos tiempos. Venido al mundo en la capital maragata, en 1907, compartiría su temprana vocación literaria con los hermanos Juan y Leopoldo Panero y con su buen amigo Ricardo Gullón. Al tiempo que conseguía introducirse en el duro mundo de las letras, realizaba la licenciatura de Derecho que le llevó a ejercer como juez de primera instancia en Benavente y, años más tarde, como magistrado del Tribunal Supremo, donde llegaría a ostentar la máxima autoridad del país en materia laboral. No adelantemos acontecimientos pues debemos regresar al año 1925, cuando junto a sus compañeros fundaba en Astorga la revista literaria La Saeta . Luis Alonso Luengo apenas contaba 18 años por entonces, lo que no representó ningún impedimento para que comenzara a ejercer, a tan temprana edad, como cronista y memoria viva de Astorga. Tres años más tarde colaboró, junto a sus inseparables amigos, en el nacimiento de Humo y en 1929 realizó una efímera incursión en el género satírico con El mosquito , de la que sólo vería la luz un único número. Asiduo articulista en los medios escritos maragatos, fue miembro fundador de La Voz de la Cepeda y de la Maragatería y de El Faro astorgano . La primera guía turística El año 1929 publicaba el libro de poesías Estampas y Madrigales y ese mismo año apareció en las librerías la Guía artística y sentimental de Astorga , considerada la primera guía turística de nuestra bimilenaria ciudad. Un libro espléndido en el que, en palabras de Martín Martínez, Luengo puso la fantasía, Ricardo Gullón la crítica racionalista que siempre caracterizó su brillante carrera intelectual y Leopoldo Panero, como no podía ser menos, la nota poética. A partir de entonces don Luis olvidaría los pinitos poéticos tan habituales en la adolescencia, para centrarse en el ensayo, los relatos históricos e incluso la novela. Así, a vuelapluma, recordamos La cigüeña de palacio , hermosa ensoñación infantil, o El teatro en Astorga , texto que repasa los entresijos acontecidos entre las bambalinas de una ciudad con tanta tradición teatral como la capital maragata. Quienes conocieron a don Luis afirman que en su cabeza cabía un siglo de historia, vocación de investigador que heredó de su mismo padre, un gran aficionado al estudio del pasado medieval astorgano. Así fue dando a la imprenta trabajos de tanta raigambre leonesa como Los maragatos , Santo Toribio , Don Suero y El reloj de la Puerta del sol: Vida y genio de su constructor Losada . Aunque quizá su obra más entrañable sea La ciudad entre mí , un hermoso texto sobre su querida Astorga que, tomando nuevamente la palabra a Martín Martínez, es «un recuerdo sentimental-histórico-literario-recordatorio de rincones y pasajes, de paisajes y paisanajes, de tipos y costumbres, gentes y objetos, de usos y hasta abusos», acerca de un tiempo que siempre permanecerá archivado en la mejor heráldica del recuerdo. Ante semejante derroche intelectual, los galardones y reconocimientos de sus paisanos comenzaron a llegar a un hombre cuya destacada carrera profesional le mantenía en Madrid, a pesar de sus continuas y emotivas visitas a nuestra tierra. Allá por la década de los 60 don Luis Alonso Luengo recibió la medalla de la provincia leonesa, en un solemne acto celebrado naturalmente en Astorga. A la misa oficiada por el prelado Briva Miravent siguió la imposición, en el salón de sesiones del Ayuntamiento, de la citada medalla, declarando el homenajeado que se sentía «inmerecedor» de semejante distinción, aunque hondamente satisfecho y honrado por la misma. En su seguimiento del acto, la prensa de la época calificaba a don Luis como «escritor repetidas veces laureado, pregonero sin par de las gentes leonesas, magistrado, caballero de honorable figura y talento, hombre sencillo, conversador apasionado, singular buceador de legajos históricos y amigo fiel de sus incontables amigos». Un justo y sincero panegírico para tan destacada personalidad.

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