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MANUELA BODAS PUENTE
León

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QUE ME quiero bajar en la próxima estación. -¿Pero dónde, qué estación es esta?-, pregunta desde la ventanilla un viajero. -¿Oiga dónde estamos, porque es que esta estación no tiene letrero con el nombre del pueblo. -Pues mire, le digo, este pueblo se va a convertir en un pueblo fantasma y por eso ya ni tiene cartel en la estación. Está usted en Veguellina de Órbigo. Pueblo que fue próspero y con gran actividad mercantil, pero ahora por culpa de las centralizaciones, engordes comunitarios, descuidos estatales y porqué no decirlo del pasotismo popular, es un pueblo en vías de extinción. A ver si por ahí (por lo de pueblo en vías de extinción), comienzan a venir televisiones y demás para darnos auge ya que dentro de la moda también está eso de conservar muy mucho las especies en peligro de desaparición o desesperación, que ahí le duele. Ojalá fuera en vías de expansión y extensión, que así otro gallo de futuro y de calma cantaría, que lo que es ahora el gallo se nos ha quedado mudo. Esta derrota comenzó con el cierre de la azucarera, luego ha seguido con el olvido brutal de quienes prometieron otra empresa a cambio, pero no ha llegado y... ¿llegará?. Los vecinos esperamos que nos pongan el indicador desde la autopista donde figure Veguellina de Órbigo, que uno que no sea de aquí, se pasa de largo y ya sería la reoca que alguna empresa estuviera interesada en paliar nuestras necesidades y por falta de la información se nos escapara para otro sitio. Si es que estamos vilipendiados hasta en esto. Vienes de León, pagas la autopista y luego no se te indica ni en un mísero cartel el nombre de tu pueblo: Veguellina de Órbigo, pero de los impuestos no nos libra nadie. Por eso los habitantes de aquí ya decimos eso de: «Pago luego existo», porque es que para lo demás ni se nota. La cazuela de Manuela Ingredientes: Cierre de empresas; promesas de futuro y trabajo; centralización; poder a cambio de conciencias; bueno ¡Basta ya de ingredientes! Preparación: Mézclese todo en el bol del presente, manténgase en maceración durante un par de horas. Úntese con el aceite del poder, el escaño o la plaza que vamos a utilizar para verter la mezcla y luego meter en el horno a fuego intenso hasta que el humo nos avise: ¡Se ha calcinado el maldito pastel!.

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