Diario de León

A la sombra del vetusto seminario

El centro docente de carácter religioso es uno de los grandes signos de identidad de la ciudad desde 1799; una bella Inmaculada, obra de Marino Amaya, es su preámbulo

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Javier Tomé - astorga
León

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Refiriéndonos tanto al aspecto histórico como al artístico, el edificio que acoge al venerable y vetusto seminario astorgano representa uno de los platos fuertes del centro de la ciudad. Y es precisamente allí, a la sombra de muros cargados de recuerdos, por donde discurre la bautizada como calle del Carmen. Una vía de mediano tamaño cuyo punto de partida se localiza en Hermanos La Salle, concluyendo en el despejado y oxigenante paseo Blanco de Cela, inmejorable atalaya para contemplar una hermosa panorámica del entorno que ampara a la bimilenaria capital maragata. Toda la mano derecha está ocupada por un lateral del seminario, distinguido por un estilo arquitectónico de gran sobriedad y matiz clásico, mientras que en la acera izquierda, cumpliendo al pie de la letra el sacrosanto precepto de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, se halla la oficina de la Agencia Tributaria de Astorga. Así, enlazando pasado y presente, lo material y espiritual, se va configurando esta ciudad que rezuma historia, privilegio y tradición por todos sus poros. Con el bello preámbulo de la Purísima tallada por el artista astorgano Marino Amaya, el seminario es uno de los grandes signos de identidad de nuestra capital desde 1799, año en que quedara rematado. Las trazas neoclásicas que presenta la capilla, construida en tiempos del obispo Torres Amat, dan forma a un conjunto que guarda excelentes detalles sacros. Y en la escalera principal puede verse un espléndido lienzo del siglo XIX firmado por Agustín Esteve, donde se representa al prelado Gutiérrez Vigil imponiendo las becas a los seminaristas en el mes de octubre de 1799. Desgraciadamente, el inevitable discurrir de los tiempos y la corrosiva dejadez de los hombres, han provocado que múltiples edificios astorganos sean en la actualidad, en afortunada expresión de un erudito local, «meros eslabones de una vieja historia pasada y ya casi olvidada». Este es justamente el principal objetivo de nuestra nostálgica sección: recuperar para la memoria común las obras erigidas a lo largo de generaciones por maragatos de todas las épocas. Y atendiendo al titular de la calle protagonista, debemos rebobinar la moviola de la historia hasta llegar al año 1877 o 1878, cuando se demolió la capilla consagrada a Nuestra Señora del Carmen. San Adrián Según cuentan las antiguas crónicas, el oratorio original estaba dedicado a san Adrián, un monje que se cree nacido en la propia Astorga, y correspondía al gremio o cofradía de los cardadores, subsistiendo así hasta finales del siglo XV. En esta época se refundió en la de Los Mártires, a cuyo cargo quedó la capilla. Posteriormente se agregó una capellanía en homenaje a Nuestra Señora del Carmen, nombre que adoptó genéricamente la construcción. Estaba hacia la plaza del Juego de Cañas y, según dijimos anteriormente, se derribó durante el último tercio del siglo XIX. En tiempos antiguos se rezaba allí el rosario todos los días, según atestigua una instancia de 1751 que figura en el cuaderno de peticiones del Ayuntamiento. En ella don Francisco Javier Gallego, maestro de la escuela pública, rogaba se le permitiese asistir con sus jóvenes discípulos a tan relevante acto religioso, suplicando al tiempo que la corporación municipal le proporcionase algún socorro para pagar el estandarte y los faroles que habrían de llevar sus alumnos. El Ayuntamiento accedió a la propuesta, con la condición de que tan piadoso maestro no faltase al cumplimiento de sus obligaciones escolares. ¿De dónde proviene la devoción a Nuestra Señora del Carmelo, conocida como la Virgen del Carmen? Según narra la tradición, un grupo de varones que estaban influidos por la vida y obras de los profetas Elías y Eliseo, se convirtieron al cristianismo un día de Pentecostés. Posteriormente, estos eremitas se establecieron en el Monte Carmelo, erigiendo un templo a la Virgen María en la cumbre de tan sagrado lugar. La comunidad religiosa adoptó el nombre de Hermanos de Santa María del Monte Carmelo, los populares carmelitas, pasando a Europa en el siglo XIII de la mano de los Cruzados. San Simón puso a la congregación bajo el manto protector de la Virgen, elogiada como «Estrella del Mal» y «Flor del Carmelo». Nuestra Señora se apareció al superior y le entregó un escapulario que habría de ser distinción de la orden, añadiendo las siguientes palabras: «Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los carmelitas: quien muera usando el escapulario no sufrirá el fuego eterno».

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