Diario de León

Después de todo, quisimos tanto a Nete...

Publicado por
GONZALO GARCÍA SÁNCHEZ
León

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SOBRE el portalón de la casa familiar campeaba el que sin duda fue lema de su vida, el mismo que Lope de Vega puso en su casa de Madrid: «Aliena, parva; propria, magna»; qué pequeño es lo ajeno, qué grande lo propio. Porque para Julián García Sánchez -el Nete de todos- lo propio era Sabero, el pueblo de sus amores, sus desvelos, sus obsesiones; el pueblo de su vida y de su muerte, registrada el pasado 2 de febrero, rodeado de afectos y de estimas que sus familiares nunca podremos pagar. Sabero, Sabero, Sabero...por la mañana, por la tarde y por la noche. Éste era el vivir y el sinvivir de Julián, su fijación indeclinable, la neurosis para la que no encontró nunca alivio. Sabero, que le vivificaba, que le mortificaba...El mal insuperable que le arrastraba a la decadencia física, al desaliento final, como si quisiera morirse «de Sabero». En esos últimos tiempos en que, tras una peregrina y poco afortunada deriva política, se había tornado más opaco incluso para aquéllos que le arroparon hasta el último aliento con su adhesión, su comprensión, su afecto demostrado día. tras día. A pesar de su carácter difícil, nada dócil, antaño vehemente, tumultuoso y en su declinar melancólico, como quien «va de desencanto en desencanto», en expresión del ilustre agustino leonés David Rubio Calzada. En su particular firmamento, se le habían ido apagando casi todas las estrellas. Pero jamás la de Sabero, su norte perenne desde la temprana juventud, cuando escribía sus primeros poemas sin otra referencia que su pueblo y el nuestro. Sabero era para él una especie de monomanía, que -bien lo sabemos sus hermanos- más de una vez nos pasó la factura de algunos «daños colaterales». Y antes, durante su paso por la Alcaldía (1965-1975) y siempre después, el afán de dotar de heráldica propia al Ayuntamiento, el empeño de adoptar de himno al Valle de Sabero (una pieza nunca estrenada, con letra suya y música del maestro José Zaldo), la hacendera perseverante para restaurar las fuentes naturales, el arbolado autóctono, el estudio de la toponimia local -publicada en la revista Tierras de León -, sus interesantes aportaciones al conocimiento histórico de la gran Ferrería de San Blas, en buena medida difundidas a través de Diario de León. En suma, todo cuanto de humano o de divino tuviera relación con Sabero. Pero, aparte su como telúrica comunión con el solar de sus mayores -él, que curiosamente era él único de seis hermanos no nacido en Sabero: su cuna era Vegacerneja-, Julián, en sus años mejores, llevó a cabo iniciativas insólitas, cuando no relevantes en la vida leonesa. Sin la menor modestia, quisiera citar varias de ellas: el primer corro de aluches celebrado bajo techo y sobre una especie de ring -muelle de heno cubierto con lonas- lo organizó él en la nave de la antigua Ferrería de San Blas, por lo primeros años de 1960; en agosto de 1975, llevó a la iglesia parroquial al maestro Odón Alonso (padre), que al frente de orquesta y coro dirigió la primera audición pública, prácticamente el estreno oficioso, de su Himno a León; en 1968 invitaba a un equipo de No-Do que filmó las postrimerías del pequeño ramal minero de Hulleras de Sabero... Abrió una de las primeras bibliotecas públicas, y luego la Casa de la Cultura, de la provincia, dependiente del Centro Coordinador de Bibliotecas que, con contagioso entusiasmo, dirigía Enrique Orduña; y el primer Parque Infantil de Tráfico...Y siendo diputado provincial, instó y persuadió al presidente de la Corporación Provincial, a la sazón (1983) el doctor Julio César Rodrigo de Santiago, para reeditar en facsímil el libro, alabado en El Quijote , de Pedro de la Vezilla Castellanos El León de España , que no había vuelto a imprimirse desde 1586. Y el nuevo puente sobre el Esla, junto al primitivo ya muy deteriorado que nuestro abuelo, Wenceslao García, primer regidor municipal de Sabero, inaugurase en 1925... El primer artículo que publiqué yo en Diario de León, gracias a la benevolencia de su director entonces don Antonio González de Lama, en fecha 30 de diciembre 1963, se titulaba Hayas. Buscaba inspiración aquel balbuciente escrito en el hayedo que se contempla desde nuestra casa familiar, con citas a Antonio Machado. La tarde del pasado 3 de febrero, como un fúnebre colofón a la muy entrañable fiesta local de San Blas, enterrábamos a Nete en el cementerio saberense. Frente a la mole roqueña de Peñacorada y el bosque de Llaneces, que él amaba tanto. Y mentalmente, mirando a los ya bien crecido pinos con que Julián logró reforestar aquellos hermosos parajes, podía yo completar, cuarenta años después, la imagen machadiana: «¿Quién no ha visto sin temblar / un hayedo en un pinar?» Eso, nuestro hermano y amigo Julián, poeta sin pretensiones, lo sabía muy bien; que uno, más tarde o más temprano, se ve arrancado de su tierra; que ya, tal vez, otros vendrán detrás. Pero que el árbol que supiste plantar sólo querrá perdurar. Que esa tierra que fue para ti pesadumbre, fatiga, o acaso liberación, te sea ahora leve, irrepetible Nete.

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