OPINIÓN
San Froilán, un referente para los leoneses
CUANDO llega el 1.º de mayo tiene lugar puntualmente en nuestra geografía leonesa uno de los fenómenos sociorreligiosos que más me han impresionando en mi vida: la romería de San Froilán en Valdorria. Es muy posible y probable que más de un individuo y también de alguna de nuestras instituciones la ignore o la mire con el mismo desdén con que ciertas culturas minoritarias o de empaque de importación han mirado siempre a la cultura autóctona y popular, considerándola como una especie de subcultura de grupos rurales capaz de ser aceptada a lo sumo por los grupos urbanos marginados. Yo creo que en este momento concreto de reforma y cambio no todo lo que se piensa o pregona a los cuatro vientos en nombre de un pretendido progreso, en muchas ocasiones en pugna abierta y en contradicción evidente con principios básicos y comunes de toda ética humana, sea admisible, por mucha «legalidad» que se le intente poner al asunto. Un hombre tan lúcido y tan poco sospechoso de retrógrado como lo era nuestro filósofo Ortega y Gasset, quien dicho sea de paso, fue en su día, candidato a Diputado a Cortes, aunque «cunero» por el Partido Judicial de mi naturaleza, solía comentar a la vista del cariz y ligereza que iban tomando ciertos asuntos muy delicados allá pro la década de los «treinta»: «estos muchachos están cometiendo el error de pensar que con ellos ha comenzado la Historia de España». Pues ¡no, señores! En la Historia de España y más concretamente en la de León, podemos leer en un documento breve, pero muy sustancioso del año 920, que «se guarda como oro en paño» en el Archivo de la Catedral de León, que «hubo un varón ortodoxo llamado Froilán, Obispo de León, nacido en los arrabales de Lugo etcétera...», que, entre otras cosas, a sus 18 años recién cumplidos, soñador y realista al mismo tiempo como buen gallego, después de bien pensadas las cosas, «coge carretera y manta» y una vez que llega al Valle de Valcarce, ya en tierras bercianas, hace «parada y fonda» en la Cueva de Ruitelán, donde parece que estaban sus raíces familiares y se lanza a la aventura que su biógrafo, Juan Diácono, define y concreta a su manera como la de «iluminar a muchas gentes», ensayando en primer lugar lo que hoy llamaríamos «una pastoral de masas», siempre, a la corta o a la larga, superficial, poco convincente y engañosa; por lo que «abandonó las plazas y lugares públicos, porque le apetecía buscar los lugares desiertos e inaccesibles, para evitar los favores y alabanzas de los hombres». En este ir y venir por los collados y rocas bravías es donde y cuando se encuentra con otro sacerdote aragonés, Atilano, que rumia idénticas ideas y proyectos. De haber sucumbido Froilán a la tentación, como tantos otros, de dejarse engañar por lo que hoy llamamos «populismo» o «proselitismo», convirtiéndose en un agitador de masas o manipulador de conciencias, aquí hubiera terminado la verdadera historia de Froilán de Lugo; pero en las Montañas del Curueño le esperaba el verdadero banco de prueba, y lo bueno de San Froilán fue que supo poner a las personas y a las cosas en su lugar, comenzando por si mismo y en la Cueva o Gruta de Valdorria se forjó en el estudio, reflexión, oración, sacrificio, planificación, etcétera... como simple ermitaño y anacoreta, sin desciudar correrías apostólicas por los lugares y montes aledaños compartiendo muchas horas de convivencia en los chozoz de los pastores y animando la fe cristiana de estas sencillas gentes. Leyendas y milagrería aparte, hay que tener en cuenta que todo esto sucede en un momento tempranamente posterior a la invasión musulmana, más o menos extensiva o intensiva de nuestra tierra, que se convierte pronto en un foco de resistencia integrado por gentes muy diversas, que van desde los indígenas, los tardorromanos, los visigodos hasta los inmigrantes mozárabes, unificados y alentados por la monarquía asturiana, cuyo intento más noble ha sido recuperar la identidad nacional, que siempre mantuvo viva nuestro cristianismo reducido a rescoldos ocultos en nuestras montañas resucitados y operantes gracias a animadores incansables y fogosos de la talla del Ermitaño Froilán. Quien se lo imagine ñoño o ingenuo que vaya cambiando los esquemas, puesto que el obispo de aquel entonces se apresura a mandarle recado, obedeciendo a las consignas de los Concilios Nacionales de Toledo, para que se baje de la cueva y de su balcón hasta la arena del «Desierto de Valdecésar» para que reconduzca la vida cristiana y ciudadana como abad de un modesto monasterio episcopal, para el que le recomienda la Regla de San Benito con su lema «ora et labora»; no tardando tampoco el rey Alfonso III en convocarlo a su Palacio Real de Oviedo, para rogarle que, cumplida su misión en las Montañas de Curueño, se traslade con todo su potencial de monjes, colonos y ajuares a tierras zamoranas para contribuir a la gran tarea de la Repoblación del Duero «con el fin de devolver a la vida a estos desiertos» como dijera con el tiempo nuestro insigne medievalista Sánchez Albornoz. También aquí, en Tabarra y Moreruela, a mayor escala y a plena satisfacción cumplieron Froilán y Atilano. Froilán con el tiempo y a lomos de su borriquilla volvería a Valdorria, investido de la dignidad episcopal y aquel día fue de gran romería y mucha fiesta en Valdorria; pero sus deberes pastorales le devolvieron a la Ciudad de León y le llevaron por otros caminos; pero posiblemente se dijera para sus adentros «volveré vivo o muerto a Valdorria», lo que no tardó en hacer realidad Almanzor cuando después de merodear por mucho tiempo por los aledaños de León, los barrizales, le impedían llegar y entretanto los buenos leoneses para evitar la profanación de la Tumba de San Froilán en la Catedral Vieja, juraron silencio eterno y rehusando llevar sus reliquias a Oviedo para prestigiar aún más su Cámara Santa, las ocultaron en el Monasterio de Valdecésar de Valdorria hasta que los cistercienses de la Granja de Moreruela por alevosía, con nocturnidad y mediante engaños se las llevaron a su Abadía, siendo rescatadas «mitad por mitad» para la Iglesia de León por decisión salomónica del Legado Pontificio en el siglo XII durante el pontificado de Juan Albertino, donde, Dios mediante, en el año 2005, con motivo del XI Centenario de su muerte llegaran riadas de romeros para venerarlas, dándose ya cita previa en este día 1.º de mayo de 2004 en la Romería de San Froilán en Valdorria; puesto que muy bien se lo merece el obispo más carismático y querido de los leoneses.