Diario de León

CARTA TE ESCRIBO

La llantina de sor Carmen

Publicado por
MARTÍN MARTÍNEZ
León

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QUERIDO hermano: Hoy se cierra uno de los envites y ya veremos lo que Europa nos depara. Porque España ya lo estamos viendo; sobresaltos. Pero hoy no quiero entrar en materia que andamos de elecciones, y no quiero que, por lo que te escriba, vaya a influir en tu voto. Aquí, querido, como en Laguna de Negrillos, andamos de Corpus; no está San Sebastián dando zapatazos, pero danzantes sí que tenemos unos cuantos, que saben trenzar el paso y encontrar la manera de que el ritmo se acompase a su gusto. Es raro, verdad, pero ocurre aquí y en toda tierra de garbanzos, que siempre ha habido maestros en estas artes arteras; ahora se les puede llamar algo así como ingenieros soplagaitas de provechos , con lo cual han devaluado una de las palabras mas bellas como es la de maestro. Te dejo con la clave de solfa , hermano, y te diré que en Astorga hemos despedido a las siervas de María; la crisis vocacional las obliga a dejar atrás 112 años de estancia en la ciudad. Vinieron ellas para atender aquel hospital de Las Cinco Llagas, cuando aún tenía el espíritu medieval de asistencia a pobres y peregrinos; facilitó su llegada el obispo Grau, el del palacio de Gaudí, y hasta ahora. A los pocos años ampliaron su horizonte para atender a enfermos de toda la ciudad, se independizaron, dejaron el hospital y buscaron una casuca en la recoleta y medieval calle de San Javier, con la vecindad de La Tranca y la casa moruna que fue de Rosario Murias, la enterradora . Allí en aquel rinconcico aguantaron hasta mediado el siglo pasado para irse al borde de la muralla, sobre la buraca, mirando a la vega del Tuerto, justo al lado donde comenzaron. Ahora se van, o ya se han ido quizás. Dejan atrás más de cien años de patear las calles de tierra, empedradas después, asfaltadas ahora, a la anochecida; cada día, cada noche, iban en busca de la enfermedad, del dolor, acaso de la soledad; ellas iban a espantar los fantasmas nocturnos con su sonrisa pronta, el consejo certero, el cuidado amoroso y hasta la oración oportuna. Y al despertar la ciudad, que no ellas, al alba, desandaban los morillos para buscar su propio descanso. ¡Cuantas veces, hermano, las tropecé en esos sus regresos!, que lo mío eran idas. Así que Astorga, asumiendo lo que se detuvo hace unos años, no quiso dejar que ese puñadín -cuatro creo que son- de hermanas se fueran de vacío. Ellas saben del aprecio de Astorga pero era un buen momento para demostrarlo. Y por ello el Ayuntamiento convocó a unos cuantos astorganos a concejo de reconocimiento en la casa consistorial. Los reunidos aplaudieron con calor, con entusiasmo, con cariño el tiempo que se escapaba por las anchísimas puertas que han abierto los nuevos tiempos. Ellas que, en esos ciento y pico de años conocieron las enfermedades, los dolores, las miserias y los gozos de Astorga, han tenido que romper amarras, con dolor, y embarcarse en nuevos mares. El alcalde les entregó el reconocimiento y un recuerdo de la ciudad. La provincial contestó, con gratitud en los labios, asegurando que el espíritu quedaba entre los muros de Astorga. Y Carmen, sor Carmen, la veterana con la que tantas veces departieron los astorganos, soltó el moquillo; ella, torbellino, desenvuelta, tan dispuesta, se derrumbó; su llantina nos emocionó a todos. Hay que decirlo, Carmen era la encarnación de las siervas en esta levítica ciudad. Hemos perdido.

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