Diario de León

A Santiago voy... de Santiago vengo

A medida que los caminantes cruzan la frontera de la provincia de León para llegar hasta el Apóstol se van encontrando con multitud de leyendas y personajes

La imagen de Santiago Apóstol, presente durante todo el recorrido

La imagen de Santiago Apóstol, presente durante todo el recorrido

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Enrique Alonso Pérez - león
León

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El fenómeno turístico, unido esta vez en una afortunada simbiosis con el fenómeno religioso, ha sabido conectar con el mundo juvenil y el morbo aventurero de un Camino medieval que aún ofrece un alto contenido cultural y costumbrista. Cada año, jubilar o no, las fechas jacobeas de finales de julio ponen en nuestra memoria el largo milenio que la Cristiandad viene celebrando en torno al emblemático y sorprendente Camino de Santiago. Ocho siglos después del máximo apogeo alcanzado por la ruta más visitada del mundo, una nueva sensibilidad recorre el sentimiento de cuantos han heredado la responsabilidad de mantenerla. Por eso, y con renovado esfuerzo, las instituciones públicas y privadas comparten sus estrategias en este primer Jacobeo del siglo y milenio para conservar, potenciar y actualizar el patrimonio que resistió la dilatada travesía de siglos indiferentes a cualquier iniciativa para atajar la ruina de tantos y tantos monumentos o símbolos santiaguistas. El peregrino del siglo XXI, más preparado físicamente para soportar la recia andadura jacobea y menos dependiente de las caridades contenidas en el misericordioso mandato, disfruta más relajadamente de la monumentalidad de la ruta, de la Historia y leyendas de cada lugar y de la variada gastronomía que alegra los paladares más exigentes. Hemos querido aprovechar este acontecimiento intermitente -hace cinco años que Santiago no caía en domingo- y animados por el fervor despertado en torno al Jacobeo-04 nos pusimos en marcha desde Sahagún hacia Compostela. De verdad que resulta gratificante participar de la «movida» popular que mantiene en candelero la senda multisecular que conduce a Santiago. Pudimos comprobar el funcionamiento de la vieja hospitalidad que amparaba física y espiritualmente al peregrino. Las bases de acampada establecidas por la Junta de Castilla y León, a lo largo de su ámbito, cubren la provincia de León en varios puntos estratégicos donde el caminante -o pedaleante- encuentra alojamiento gratuito en los meses más comprometidos. Camino a Galicia Estas bases de acogida, desbordadas totalmente en estos días presantiagueses, salpican nuestra provincia con su primer establecimiento en Sahagún, ciudad vinculada al Camino y entregada al amparo del peregrinaje a través del monasterio de San Benito el Real. Mansilla de las Mulas, tradicional hito en la Ruta, todavía patente en su arco de Santa María y la calle de los peregrinos, cuenta con otra buena base de acampada leonesa, y dista 49 kilómetros de la villa de Hospital de Órbigo, que alberga numerosos peregrinos que suelen pernoctar el día anterior en Villadangos del Páramo y llegan emocionados a recorrer el histórico Puente del «Passo Honroso» donde un día, el noble caballero leonés, Suero de Quiñones, defendió celosamente el original «pontazgo» en promesa galante a su dama, Leonor de Tovar. Hoy, curiosamente, al rebasar el último ojo del puente, el caminante se encuentra con Maxi, otro caballero, en toda la extensión de la palabra, que en su acogedor comedor y alojamiento, recibe y conforta a los extenuados peregrinos que degustan la exquisitez de la cocina casera que Nancy domina en su Hostal don Suero de Quiñones. Récord de hospederías Después, Astorga, ciudad que bate el récord de establecimientos hospitalarios dedicados en su día a la recepción de peregrinos, donde en una de las bases de acogida, pudimos relajarnos y «chapurrear» un inglés macarrónico con una pareja de británicos que se sumaron a la tertulia que habíamos establecido con un grupo de mexicanos que querían contrastar el Camino con las anécdotas escuchadas de labios de sus abuelos, emigrados palentinos de Frómista afincados en México desde los años cuarenta. La sonrisa acogedora de Isabel, en su albergue del Pilar de Rabanal del Camino, fue un bálsamo para el duro caminar que nos había llevado hasta este histórico y sugerente enclave. Lugar escogido por los monjes de Silos para establecer una mini-sucursal del impresionante monasterio burgalés. Todavía con el regusto de los cánticos gregorianos, con los que nuestros monjes benedictinos obsequian a quienes acuden a la iglesia de Rabanal, coronamos el monte Irago por el puerto de Foncebadón, hicimos nuestra particular petición al tirar la piedra en la Cruz de Ferro y pernoctamos en la siempre sorprendente villa de Molinaseca, con el aliciente de un buen plato de sus famosos embutidos acompañado por esos pimientos asados que tan buen partido les sacan por estas tierras. Una guía del siglo XII La «Pons-Ferrata» del obispo Osmundo, nos entretuvo lo justo para dar un vistazo al impresionante castillo templario, cuyas ruinas aguantan con dignidad la parte más noble del conjunto. Y así, hasta Villafranca, con nuestros macutos polvorientos, nuestros pies pidiendo a gritos un descanso y el estómago reclamando su ración. La calle del Agua, siempre tan sugestiva y con vocación histórica, vino a relajarnos de la dureza del Camino y descansamos cumplidamente en la Base de Acogida, atendidos por un «hospitalero» de lujo. Terminada nuestra andadura leonesa, camino del Cebreiro, nos vino a la memoria el parrafito del «Codex Calixtinus» o Guía del Peregrino del siglo XII, que decía textualmente: «Pasado el monte Cebreiro, se encuentra la tierra de los gallegos, es agradable por sus ríos y prados y riquísimos pomares, sus buenas frutas y sus clarísimas fuentes...».

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