Diario de León

OPINIÓN

La concentración: un proceso poco transparente

Publicado por
MARIANO DÍEZ
León

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DESDE hace mucho tiempo vengo observando a través de la vivencia familiar, el pueblo y los amigos, cómo el proceso de concentración parcelaria se vive con angustia, con temor, con indignación... Como si fuera una lotería, los que ponen los premios obtienen unos números en relación directa a su participación, pero que al realizarse el sorteo «el azar» hace que la adjudicación no siempre sea proporcional a la participación. El problema es que aquí no hay un bombo como en la lotería tradicional, porque si así fuera, una vez conocidas y aceptadas las reglas, se acabaría el temor. Ni siquiera en este sorteo invitan a la televisión, ni participa un notario que de fe. Para colmo, tampoco es un sorteo puro, sino que es un proceso en el que intervienen personas y las personas nos distinguimos por tener relaciones sociales, por tanto aquellas que están más cercanas a este círculo donde se confecciona el «sorteo» o tienen mejor acceso a él, se constata que «el azar» les es más favorable. Además estamos hablando de un proceso, la concentración parcelaria, que parece absolutamente necesario, más aún en una zona en la que la propiedad está excesivamente diseminada y en las circunstancias actuales no sólo es difícil competir con nuestros productos, sino que, en muchos casos, ni siquiera sobrevivir. Si admitimos que es necesario y es el medio de vida de muchas personas es importante plantearnos una reflexión o, quizá, un debate para concienciarnos que algo debe cambiar en este proceso. Este no es un problema nuevo, como decía al principio, el recuerdo de tiempos pasados no varía ni siquiera en pequeños matices. Pero no parece que sea un problema normativo lo preocupante en este caso, sino el funcionamiento real de las instituciones, aunque si la legislación regulase mejor ciertos aspectos sería más fácil controlar el proceso. Actualmente es casi habitual la externalización de los servicios contratando a empresas para que hagan una gran parte de este trabajo. Pero esto, que se plantea como una necesidad, tampoco ha mejorado el proceso. En una nota de Asaja de 29 de octubre sobre los regadíos de Payuelos se decía: «Se ha hecho una concentración sin conocer las fincas sobre el terreno, por personal sin la más mínima experiencia, y se han producido todo tipo de desatinos... siendo el resultado una auténtica chapuza indigna de una empresa seria y de ser refrendada por una administración pública». Como todo este proceso es poco transparente y la información no llega por igual a todos existe una gran inquietud entre las personas involucradas que desemboca en la desconfianza entre todos y una cierta agresividad. Esto propicia el amiguismo y cierta pillería, que se contagia a todos los interesados. Después de la fase administrativa está la judicial, como no podía ser de otra forma. Y aquí de nuevo existe una difícil salida. El Tribunal de lo Contencioso que tiene que resolver años después, se encuentra con un proceso cuasi consolidado y, aunque advierta errores previos, ya no puede retrotraerse al comienzo porque causaría mayores perjuicios. La Sala suele optar por una compensación económica, en un proceso que ha devenido en irreversible. Mientras tanto en el camino se han dejado jirones de humanismo y convivencia como: la amistad y la tolerancia, propiciadas por alguna expropiación encubierta o mejoras intencionadas, y que a veces tienen consecuencias más alarmantes. La concentración es un proceso necesario, urgente en muchos casos, tal vez hasta bien regulado legalmente, aunque mejorable. Pero sobre todo es necesario que sea transparente, que fluya la información, que sea democrático.

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