Diario de León

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La subida a Riego de Ambrós

Las cercanías de la ciudad de Ponferrada contienen un sinfín de posibilidades de acercamiento a la naturaleza, la historia y la arquitectura popular del corazón del Bierzo

Vista aérea del casco antiguo de Ponferrada, con muchos secretos y rincones que ofrecer al visitante

Vista aérea del casco antiguo de Ponferrada, con muchos secretos y rincones que ofrecer al visitante

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Emilio Gancedo - león
León

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El airoso y monumental castillo de los Templarios; la venerada basílica de La Encina; el Museo del Bierzo en la antigua residencia del Corregidor (1565), luego cárcel y más tarde lugar de reunión para los munícipes de la ciudad; la elegante Torre del Reloj; el Consistorio, bien semejante a sus hermanos de Astorga y León; los conventos, casonas e iglesias dispersos por el viejo burgo¿ la silueta de Ponferrada es almenada, europea y abigarrada, y su perfil está formado por chapiteles de pizarra punteando el cielo y un bosque de veletas, buhardillas y balcones; siempre el hierro, la piedra y la losa. Las calles y callejinas serpentean entre bodegas, tiendas y tabernas, y desde el corazón mercader y trabajador de la urbe encuentran su natural salida al campo abierto -verde, ameno, variado y gozoso, a las huertas, los prados, los viñedos y las choperas-; gracias a los puentes ponferradinos, esos que han venido marcando, con su impasible presencia, responsable y atenta, el devenir de la ciudad; su nacimiento, su crecimiento y su desborde desde el primitivo emplazamiento elevado hasta la llanura del padre Sil en forma de un horizonte de casinas blancas y negras dispersas entre el zarzal y el sotobosque. Esa es la antigua ciudad, con muchos secretos y rincones que ofrecer al visitante, serena, templaria y vigilante bajo el monte Pajariel, remojando sus pies en el Sil y en el Boeza, alerta sus torres medievales, castro fortificado del Bierzo. Pero también es Ponferrada un enclave privilegiado para contemplarlo como punto de partida de un sinfín de incursiones a través de una Naturaleza sugerente y desconocida, sorprendente, Naturaleza que alberga entre sus boscajes aldeas, villas y monasterios de fisonomía bellamente rural. Entre montañas y valles, escarpaduras y oteros, la ciudad se halla a medio camino de la Valdueza, el valle del Boeza, la Hoya y las cumbres de los Aquilianos, enfilada por el Camino de Santiago. Y así, en esta ocasión vamos a desandar esa Ruta Jacobea que es la espina dorsal de la comarca y de todo el viejo Reino para encontrarnos con la señorial villa de Molinaseca y la subida al pueblo de Riego de Ambrós, ruta ya hollada todos los años por una tradicional competición automovilística. Bien andando, bien en coche o bien en bicicleta (para los más avezados), la ruta deja la localidad de Campo, a las afueras de la ciudad, a la derecha, y comienza a seguir el río Meruelo hasta Molinaseca, lugar de obligado paseo por entre sus deliciosas calles empedradas y sombreadas de esbeltos corredores de madera y blasones, o a través también de su impresionante Puente de los Peregrinos. La villa, una de las más profundamente jacobeas de todo el Camino, se despide de nosotros con el templo de la Virgen de las Angustias y los fuertes repechos que anticipan la aldea de Riego, sugestivo lugar en el que descansar y tomar aliento de nuestra ruta «de regreso» de Santiago, y que antaño practicaban, como no podía ser de otra forma, todos los peregrinos. La zona, dedicada en cuerpo y alma a la elaboración de embutidos, nos pide a gritos adquirir directamente en sus fábricas artesanas los más deliciosos manjares bercianos.

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