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MARTÍN MARTÍNEZ
León

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QUERIDO hermano: Vamos a ir confesándonos que la absolución nos ha llegado desde las orillas del Bernesga. El viernes se ha consumado el atropello; la entente, el eje de la mierda provincial tendido entre León y Ponferrada buscó un punto equidistante que cayó en el Valle de Portugal. Con el apoyo de algunos quintacolumnistas , se puso fin a la guerra de la basura; por una vez, y por aquello de alejar la porquería de las dos grandes ciudades se sacrificó el interfluvio Órbigo-Tuerto, y que sea lo que Dios quiera. No acudí a la solemne inauguración, entre otras cosas porque no fui invitado. Te escribo antes de ver las reseñas, pues así el cabreo no sube de tono. Pero me imagino las caras de satisfacción de Herrera, Pano, Prieto y especialmente de Miguel, Miguel Martínez, alcalde de San Andrés y secretario provincial del PSOE, uno de los artífices y coordinador de la operación, promotor del alejamiento de la planta de sus terrenos; agradecidos han de estar sus convecinos. Se habrá magnificado la obra, la inversión, la tecnología, la seguridad; la solución a la que todos estos prebostes han calificado de limpia no ha podido tener un desarrollo más sucio, apoyado en la prepotencia, en el ordeno y mando de quienes se han proclamado y quieren lucir la vitola de demócratas. Supongo que como máximo artífice, e invitado especialísimo, estaría presente el señor Empecinado (ya sabes J.A. Díez), de quien tan malos recuerdos hemos de tener los presuntos y futuros afectados por la planta. Faltaron algunos alcaldes a la cita, mientras otros hicieron como que estaban y no estaban; no han querido ser cómplices del desaguisado y escabullían su presencia. Ahora, hermano, me viene a la mente aquel memorable artículo de Pancho Purroy en estas mismas páginas, en el que escribía un requiem que era gori-gori pensando en Estébanez. Que el pueblo cae de hoz y coz en el valle y padre nos contaba la peripecia de la que se llamó la gran llena de principios del siglo pasado cuando a Silvestre, el Rojo, crío de siete u ocho años, tuvieron que atarlo a uno de los negrillos del ti Martinete para que las aguas no lo arrastraran hasta Villagarcía. Si algún día se repite la llena, Purroy tendrá que acudir a responsear sobre la tragedia. Tragedia que estará asentada en la legalidad ilegal de saltarse normativas por aquello de ser los promotores quienes obligan, o tienen la obligación al menos, de cumplirlas y hacerlas cumplir. Recuerda, si no, el caso bien reciente de una granja de cerdos, en la Cepeda. Todo está consumado, hermano, para nuestra comarca y más que se vislumbra. Nunca me lo creíste tildándome de agorero. Cuando el desastre de Veguellina te pronostiqué el mismo camino para la azucarera de La Bañeza; me diste en los morros con las inversiones que los nuevos empresarios realizaban, mientras me alegraba de mi equivocación. Ahí la tienes, báilala; esa paralización que dicen puede ser temporal me huele -más bien me jiede- a definitiva, a abandono, a escaqueo, a desbandada; y mucho me temo que esta campaña, próxima a iniciarse, va a ser la última en la vecina ciudad; y que el descenso del cultivo remolachero irá en picado en la provincia; y Llorente, riente sindicalista agrario desde que le salieron los dientes, pedirá eso del bioetanol y productos alternativos, mientras espera una jubilación de oro en la plaza San Marcelo. Cuando cierren La Bañeza, vendrá la ministra del ramo, como vino Loyola entonces, y ofrecerá una industria compensatoria al igual que en Veguellina; será, claro de diez o doce puestos, sustituyendo los ciento y pico. O tal vez ahora sea un circuito permanente de velocidad, en el que ya no cree ni nuestro amigo Falagán. Cosas.