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JUAN M. SANDÍN PÉREZ
León

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MEDIA TARDE. Bajo la inquisitiva mirada de Guzmán vamos congregándonos, mochila a cuestas, estudiantes de biología, ambientales, y hasta un grupín de futuros ingenieros de minas. Convocados por Pancho Purroy y Julio Lago, de la ULE, nos disponemos a perdernos una semana por Picos para asistir a una nueva edición del curso de Guía Intérprete de la Naturaleza organizado por la Universidad leonesa. Por fín, el autocar arranca hacia Posada de Valdeón, remontando el Esla, que a la altura de Crémenes se busca una chopa bien guapa que lo escolte, y que ahora comienza a coger el tono dorado en su follaje que delata un otoño ya cercano. A partir de Riaño, la carretera ensaya mil y un revueltas internándose en el corazón de la montaña, que tímida, se envuelve con una niebla que otorga a las hayas de Pandetrave el aspecto mágico de los bosques de cuento. Al amanecer, convencida ya de nuestra inocuidad, la montaña accede a mostrarnos su tesoro: Valdeón despierta bajo un cielo azul que permanecerá así, despejado, hasta nuestra partida, y las primeras luces del alba iluminan las moles grisáceas de los macizos Central y Occidental, a cuyos pies, entre prados verdes y matas de avellanos se recuestan los pequeños pueblos del valle. Pedro y Maite, los hosteleros, consiguen que cada comida sea un manjar a compartir entre risas, comentando las andanzas del día o los planes para el siguiente. Pancho, comunicador nato, pone a nuestra disposición en todo momento sus inagotables conocimientos sobre fauna con esa peculiar manera de trasmitirlos entre comentarios jocosos, que le hacen merecedor de la admiración y simpatía de todos. Julio, más comedido, no logra sin embargo ocultar la humanidad y cercanía que rebosa tras esa apariencia seria de economista. Tras dos jornadas conociendo los pormenores de la labor del guía intérprete y pisando tomillos para reconocer in situ la ingente riqueza botánica, faunística y etnográfica de los pueblos que levantan sus piedras dentro del Parque Nacional (rara característica que diferencia Picos de todos los demás Parques de España), llega el día de visitar el valle de Sajambre. Èste, menos turístico que su vecino Valdeón, alberga también lugares como la Majada de la Vega de Abaño, idílica pradera rodeada de fragosos hayedos, y a la que llegamos a pie desde Soto, siguiendo uno de los itinerarios clásicos de la zona. Allí, alejados del mundanal ruido y protegidos por la mole de Peñasanta, damos buena cuenta de la lentejada que Julián nos tiene preparada en el refugio, y que sabe a gloria después del paseo por el bosque. Queda aún la marcha nocturna desde Cordiñanes, con las orejas bien abiertas a los aullidos lobunos y bramidos de venados, que andan ahora revolucionados con el celo, bajo un cielo estrellado que preside una luna que se lleva también su parte de leyendas y canciones por parte del grupo. Y otra a través del impresionante desfiladero que el Cares practica sobre la caliza, justo después de regar la fronda deliciosa del Monte Corona, repleta de tilos, plágamos, fresnos y serbales. Justo allí se encuentra el famoso Chorco de los Lobos. Metidos en tan fascinante empalizada, ideada por los valdeones para capturar a los autores de las lobadas, las explicaciones de Larry, uno de los guardas del Parque, resultan sumamente interesantes. Y antes de regresar, un sencillo pero emotivo homenaje al Cainejo, el primer hombre que acometió la gesta de coronar el Urriellu, hace 100 años. La última noche pone punto final a cinco días inolvidables. El bar de Juanma pone la música y el licor de arándanos (amén de otras bebidas espirituosas) y nosotros el resto. Y como no, brindamos por Pablo, que se enteró en Caín de que ya era licenciado en Biología. El sábado nadie quería irse. Llegó el turno de Julio, que en su atractiva ponencia sobre economía en áreas de montaña intentó poner «luz» al oscuro futuro que se cierne sobre los habitantes de estos valles. Envejecido el padrón de población y con una ganadería en crisis, está en peligro no sólo la supervivencia de estos pueblos, sino también la de la fauna y flora que dependen de la actividad del hombre sobre el paisaje. Si los prados se pierden, debido al abandono rural, devorados por el bosque, un tercio de la riqueza viva que hace de éste uno de los puntos con mayor biodiversidad de la Península, desaparecerá también. Y para finalizar, un debate con partidarios y detractores del Parque, oportunidad para meditar qué queremos para todos, hombres y vida brava, en Picos. Tras una completa y sabrosa degustación de productos leoneses para comer, la entrega de diplomas y el regreso a la vida cotidiana. Pero volvemos a ésta con muchos más conocimientos y repletos de anécdotas imborrables tras unos días de convivencia excepcional. Prometemos reencontrarnos, y todos dejamos algo en el momento de la despedida, después de haber compartido mucho más que 40 horas lectivas.