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MARTÍN MARTÍNEZ
León

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QUERIDO hermano: Sí, maldita semana. En absoluto ha correspondido con la alegría que proporciona haberse erigido como la tradicional de las matanzas. Se nos aguaron fiestas entrañables de familia y recuerdos de filandones y veladas. Porque han sido, unos días, hermano, para el olvido, aunque siempre estarán presentes. Ya ves, se nos han ido demasiados amigos en estas jornadas; cuando te escribo, Marili, la alegría de esta redacción; antes, el último de Astorga, Jesús; aquel que en los años 60, en las primeras andaduras de Radio Popular me hacía de control, alegre, dichararecho, con retranca gallega de Villalba, en las largas noches de música, camioneros y braseros familiares. El primero fue el primo Andrés, aquel rapaz soñador que un día renunció a la prueba del Real Madrid para fraguarse un futuro cierto y sin sobresaltos. De él recuerdan, en el instituto de Astorga, como Álvaro Fernández ha hecho, su química con los alumnos, sus magistrales clases de Historia a través de las cuales «repartía lecciones de vida, ... hacía trabajar duro... preguntaba todos los días, ponía exámenes con regularidad y tenía el respeto y simpatía de todos sus alumnos». Mejor elogio imposible. Tenía Andrés, el primo, 50 años recién cumplidos y se nos fue deprisa, sin poder despedirse. Más despacio, también con sólo 50 años, se marchó González Guerrero, el fino poeta de Corullón que cantó como nadie aquel paisaje idílico de su tierra de higos y cerezas consustanciales para él, estuviera en Madrid o en Bruselas. El amigo del alma, y paisano, Antonio Merayo, leyó su autonecrológica. El Bierzo notará su ausencia. Como la artesanía echará de menos el viaje, sin retorno, emprendido por Maripaz Nistal, de larga estirpe artesana en esta ciudad de artesanos; menuda, pacífica, soñadora y entrañable; ella que renunció al funcionariado por la libertad, tejía sueños en el bajo lizo para ofrendar su trabajo a los amantes de la autenticidad en alfombras, chales, pañuelos, tapices y rebozos; o creaba esos diminutos grabados tan querido para ella, me decía. Se nos fue, hermano, Julia Fidalgo, ya sobrepasados los 90, la hija de aquel mítico don Nicesio, el fundador de La Luz de Astorga ; hija de periodista, hermana de periodistas, madre de periodistas, la imprenta y el periodismo la acompañaron toda su vida. Y se nos fue Mundo. Un hombre bueno, ejemplar, amable, servicial, humano, inmensamente humano; todo un tipo de caballero y amigo. Mundo, con su inseparable Consuelo, fue una de las instituciones de Astorga en la segunda mitad del siglo pasado. Allí, en Pío Gullón; detrás de su establecimiento chacinero, resguardado de la algarabía, como algo exotérico, estaba un original bar, una cantina más bien de sabor añejo, típica y escondida. Casa Mundo era para iniciados; se accedía por la propia carnicería o por el portal, a obscuras; no había letrero, cartel, reclamo ni anuncio alguno. No llegaban al centenar los clientes; no quería más, que aquello era cosa de amigos, donde cada cual se servía su vino, bebía lentamente, conversaba largo, pagaba si el tocaba el chino y se iba hasta el día siguiente. Allí en Casa Mundo, éste y un teniente pipiolo, Manrique Vecino, que sentó plaza perpetua en la ciudad hace casi 50 años, fraguaron ese campeonato cívico-militar de mus, único en España. Oficiaba Mundo de presidente de la peña, el mejor exponente de fraternidad que han visto los tiempos entre la población civil y los militares. Mundo repartía en su trastienda, que era cantina, amistad, convivencia. Estará, seguro, haciendo un pícaro guiño a quienes se le anticiparon, enredándoles en una jugada de pares y chicas. Sí, hermano, ha sido una semana maldita; muy jodida.

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