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La tradición se acerca al olvido

El Alfar-Museo encuentra problemas para abastecerse de brezo y no consigue una persona que, como en ocasiones anteriores, bañe las piezas, en la primera hornada de este año

El alfarero y su aprendiz posan junto a la boca por la que se introduce el brezo en el horno

Publicado por
Alberto Domingo - jiménez de jamuz
León

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Hasta mil cien piezas se introdujeron en el horno de ladrillos de adobe del Alfar-Museo, en Jiménez de Jamuz, para su lenta cocción: diez horas. El maestro alfarero, Martín Cordero, con sus sesenta años creando del barro, y su ayudante, Jaime Argüello, fueron terminaron de colocar los cacharros durante el jueves y el viernes y a las nueve de la mañana del sábado, con los atados de urces, conseguían el calor necesario para que el millar de piezas pasara del color original del barro ya seco al negro, el amarillo claro y, finalmente, el ocre de tonos rojizos y verdosos que resulta del horno de leña. Sin embargo, mantener intacta la tradición, que dio empleo a la mayor parte de los jiminiegos hasta el declive de la actividad artesana hará cosa de cincuenta años, empieza a ser cada vez más complicado o, al menos, es lo que se desprende si, durante la conversación, se le llegan a sonsacar algunos detalles al maestro artesano. Durante la conversación con Martín Cordero sale el tema del aprovisionamiento de leña para el horno. Los atados de urces son difíciles de conseguir, cuenta el alfarero: «Para que te lo traigan, tienes que coger un señor un poco mayor. Antes, durante el invierno, se trabajaba en el monte y se cortaba leña. Hoy, un joven no va por leña», explica el artesano, que recuerda la época en que los carros llegaban cargados desde Tabuyo del Monte. Esta vez, el brezo ha llegado de Calzada de la Valdería, en el municipio de Castrocalbón. Cada atado de urce, cuesta, según Martín Cordero, unos 72 céntimos de euro. Y cada hornada consume un mínimo 300 manojos. Así que el coste del combustible no baja de los 210 euros por cocción. Es la cocción una de las características definitorias del Alfar-Museo, cuenta Martín Cordero. En los alfares de carácter más comercial, los hornos de gasoil y los eléctricos han sustituido al de brezo y el torno ahora gira con un motor eléctrico, no es necesario impulsarlo con el pie. Sin vidriadora En este primer encendido del 2005, en el Alfar-Museo, que depende de la Diputación provincial y del Ayuntamiento de Santa Elena de Jamuz, también han pasado sin el apoyo de todo alfarero: la mujer del artesano realizaba, antes de su colocación en el horno, el baño con la solución que consigue el vidriado de los cacharros -para el profano, esa especie de barnizado que los caracteriza-. En un trabajo que, tradicionalmente, correspondía a las mujeres, «hay ya muy pocas que lo saben hacer y no hemos conseguido quien lo hiciera, por lo que, esta vez, nos hemos apañado como hemos podido: entre nosotros y la jardinera del Ayuntamiento, que nos ha ayudado, lo hemos hechos», cuanta Martín Cordero, que no se queja, pero que tampoco niega, si se le expone, la evidencia. Desde Navidad El horno no se encendía desde la pasada Navidad. El maestro y su aprendiz esperan prepara otra hornada para antes de que termine el año. Las 1.100 piezas cocidas el sábado podrían haberse preparado «en mes y medio», si de una alfarería comercial se tratara u no hubiera que atender a las visitas, precisa el alfarero.