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La remodelación y puesta a punto del emblemático balneario de Boñar se anuncia justamente en medio de una época de sequía pertinaz, que contrasta con las magníficas excelencias de la instalación en t

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Enrique Alonso Pérez - león
León

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Con el anuncio, ya hecho público, de la remodelación y puesta a punto del viejo y emblemático Balneario de Boñar, con una inversión de ocho millones de euros, nuestro retablo, siempre sensible a los acontecimientos que enlazan las perspectivas de hoy, con los que fueron punteros en la tradición secular de usos y costumbres un tanto aletargadas, quiere ofrecer una visión retrospectiva del calado que tuvieron, y volverán a tener, sin duda, los balnearios en el contexto social y terapéutico de nuestra sociedad. El agua, siempre unida a las más elementales manifestaciones de vida, tiene un indiscutible protagonismo en la peripecia del hombre sobre la Tierra. Compañera inseparable e indispensable de la epopeya humana, ha sido el elemento más codiciado por todas las culturas. Su ausencia reiterada ha provocado los mayores desastres ecológicos y la angustiosa presencia de los jinetes apocalípticos. Hoy, sin ir más lejos, en esta pertinaz sequía que está marcando la nefasta andadura del año 2005, y a pesar de las supuestas reservas embalsadas, contemplamos un panorama desolador y la acritud suscitada entre Comunidades Autónomas que se disputan el beneficio de un bien que se supone común. La simbiosis hombre-agua ha dado como resultado la necesidad del líquido elemento, no sólo como esencia del ciclo vital, sino también como componente primario de cuantas normas higiénicas fueron, son y serán. Por eso, desde los albores de las sociedades más primitivas, existe constancia del uso y costumbre de los baños. Chinos, egipcios, indios, romanos, musulmanes... extendieron la práctica del baño y las abluciones, llegando incluso a sacralizar los ríos -Ganges, Nilo- y a incluir entre los preceptos de sus religiones la obligatoriedad del chapuzón diario. Del cristianismo El naciente cristianismo, con su obsesiva persecución a cuantos mostrasen en público una cuarta más de los límites pre-establecidos, por Dios sabe quién, aprovechó el triunfo del emperador Constantino para prohibir los baños públicos, «que por ser frecuentados por personas de ambos sexos, daban lugar a todo género de liviandades». Pero este rigor no estuvo exento de inconvenientes para la salud general, pues a él se atribuye por muchos el gran desarrollo de las enfermedades de la piel, que obligaron más tarde a abrir en todas las ciudades hospitales de leprosos. Con las Cruzadas Es en la época de las Cruzadas, que los cristianos regresan de Oriente bajo los buenos efectos de los baños, que seguían siendo de uso común entre los orientales, cuando vuelven a Europa con esta saludable costumbre, que logra abrir los baños públicos en las principales poblaciones. Los antiguos establecimientos romanos que no se habían arruinado aún, fueron en su mayor parte reconstruidos y el pueblo pudo entregarse de nuevo a esta a esta deliciosa práctica habitual en la época. Llama la atención el contrastar el uso continuado del baño público, cuando escritores del siglo XIV, en las descripciones sociales de la época, escriben lo siguiente: «las mujeres no se veían más que en los baños, en las iglesias, o en casa de las paridas. O este otro que dice acerca de los hombres: «Tenían por puntos comunes de reunión los baños, los mercadeos, las barberías y las tabernas, cuyos sitios se hallaban concurridos, como lo están en la actualidad los cafés» según reza el escrito. Los baños La provincia de León, haciendo gala de su extensa geografía acuífero-mineral, mantuvo en el siglo XIX -y en parte del reciente XX- una docena de balnearios que han sido reseñados por Wenceslao Álvarez Oblanca (actual Director del Instituto Leonés de Cultura) en una cuidada edición de «Caja España». El hecho de que tan sólo uno de ellos, el de Caldas de Luna, siga ofreciendo sus servicios a una provincia cuya demanda debería ser infinitamente superior, nos lleva a la conclusión de que el sector está muy de capa caída, y que la cura de aguas, tan recomendada durante siglos, ha sucumbido víctima de la moderna farmacopea y la medicina de receta fácil y rápida. Desaparecidos Por otra parte, como hemos podido comprobar por la sistemática desaparición de estos balnearios, la protección oficial ha brillado por su ausencia, ya que dejó de considerarlos un servicio para etiquetarlos como un simple negocio. Esta dejación y abandono de los poderes públicos, trae como consecuencia la precariedad de las instalaciones, puesto que la rentabilidad se hace negativa por razones obvias de una apertura muy limitada y una profunda renovación del utillaje, los métodos y las exigencias higiénico-sanitarias. Un rayo de esperanza vuelve a surgir en el futuro de algunos balnearios provinciales, como el de las Caldas de Getino y las de San Adrián, además del mencionado de Boñar. La sociedad de consumo, que ha tenido «enganchada» a la mayor parte de la población, comienza a devolver, poco a poco, gentes decepcionadas que buscan los modelos de sociedad que vivieron sus mayores, más humanizados, más relajantes, más ingenuos... Quizá sea nuevamente la hora de los balnearios.

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