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Publicado por
PEDRO V. ÁLVAREZ COLLAR
León

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POSIBLEMENTE HAYA escrito acerca de la Feriona con anterioridad, creo que fue en el pasado siglo, y hace tanto ya... La Feriona de hoy, de este siglo nuevo, es otra cosa bien distinta. No es aquello de antaño, que comenzaba con la feria de San Miguel en la que se mercaba el gochín para criar, y se remataba con la Feriona, donde se compraba la matona. Cierto es que todas estas ancestrales costumbres se fueron perdiendo, entre otras muchas razones, por imperativos legales, sino díganme que no era harto difícil el tener que ir ha hacer el samartino al matadero de Ponferrada, entre otras razones porque algunos ganaderos y productores de piensos quisieron hacer dinero rápido con unos alimentos que nos llevaron a la locura de las vacas, y las administraciones pertinentes, siempre lejanas al pueblo, nos llevaron a un sinfín de trámites y burocracias. Este año, posiblemente haya cambiado para bien, ya que el matadero municipal se inaugurará en breve, acortando ya las distancias, no sé si lo hará con los precios. Aunque, para los amantes del samartino tradicional, aquel en el que el matachín daba un certero cachetero en la cerviz de la vaca, y luego, se procedía con todo el rigor del mundo a la tarea de desollar y partir el animal, poco o nada tendrá en común esta matanza, en la que tú llevas el animal al matadero. Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad. Esto, unido a que es más difícil meter una buena cecina en un piso de noventa metros, que en aquel bodego que tenías en el pueblín, donde, hasta el sabor era otro. Esto, digo, ha contribuido a que la Feriona, en la que apenas medio siglo atrás, se movían un millar de matonas, procedentes de todo el Valle, del Concejo de Palacios, de las Babias, de Omaña y de los hermanos concejos asturianos tal y como Lucio Criado recoge en su documentado libro La Feriona, ha traído consigo que cada vez se comercie con menos matonas en el mercado. Por eso hoy la Feriona se ha convertido en un rastro enorme, en el que al lado de los comerciantes de siempre, el ajero, el de las navajas, las pulperas de Cacabelos, el de los calcetines y un variopinto mundillo de artesanos de los de antaño, podemos encontrar a un sinfín de razas: magrebís, subsaharianos, centroamericanos, vendiendo todo lo vendible, al lado de los mil vendedores ambulantes de la provincia y de otros lugares más lejanos. Mientras, en el ferial del ganado, apenas media docena de matonas a la venta. En esto se ha ido convirtiendo la vieja Feriona, que fue la más grande de la provincia y, posiblemente, de todo el noroeste. Por imperativos de publicación, cuando esto escribo (día 12) aún no ha transcurrido la Feriona del 2005, pero creo que no difiera en mucho de la del pasado año. Cada día menos afluencia de gente foránea, ya que para ver puestos de chandals a seis euros y relojes de imitación no es necesaria recorrer cien kilómetros por carreteras aún de cuarta categoría. Sería hora de recuperar los mercados de antaño, aunque para ello hubiera que perder algún ingreso municipal por poner el puesto de venta. Y sería hora también, de volver la vista atrás y hacer bien lo que bien se hizo antaño, estuviera en el puesto de mando quien estuviera.

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