Diario de León

CORNADA DE LOBO

¿Están seguros?

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NADA de cazar, nada de pescar. Pues bueno. El gran macizo de Picos de Europa es reserva natural y a los lobos los atarán con longanizas, a los rebecos con mucha sarna y a los tíos de la escopeta con un decreto ley de cordel corto. Pues bien. Dice el ministerio en Madrid que sólo se admitirán en estos parajes artes cinegéticas o piscatorias cuando haya que controlar especies; y aun así, con muchos reparos. Pues estupendo. Sus razones técnicas tendrán, sin duda, pero hay algunas consideraciones que surgen de la memoria de estos lugares en los que de siempre se cazó y, no por ello, se dejó a las especies en situación vulnerable; bien al contrario, una controlada acción depredadora estimula el vigor reproductor de la vida brava. Esa reserva natural ha estado siglos poblada no sólo por bichos, sino por gentes que se han pegado de tortas con el destino en estas cárceles de alta peña buscando un sustento tacaño y unas hierbas siempre contadas, discurriendo modos de ordeñarle a la vida o a la madera una calderilla (hasta las varas de acebo se cortaban para vendérselas a los arrieros). Esas gentes cazaron, trampearon, apiolaron rebecos para tirar su carne y vender después solamente los pellejos en la plaza de Teverga; clarearon bosques, conciliaron praderío y hayedo, vacas y robledales; batieron al lobo y zurraron al raposo, acosaron al oso y estofaron perdices nivales o becadas... y, pese a ello, o gracias a lo cual, nos transmitieron una herencia naturalista de impagable valor (herencia que no es patrimonio nuestro, sino un préstamo de nuestros hijos, no se olvide). Esa riqueza natural fue el resultado de una interacción del hombre en este santuario de privilegios naturales. No es concebible la pajarada que ahora languidece allí sin los intensos cultivos de grano y legumbres que valdeoneses o sajambrinos araron hasta en cangas inaccesibles, gracias a los cuales no pocas especies se asentaron allí, aunque hoy desaparecen porque no hay quien les siembre un guiño, algo de escanda, centeno o lentejas. Y es que las gentes de estos andurriales ya sólo podrán elegir su futuro entre ser camareros de la ruralidad picuda o ponerse a la cola para ser guardas buscando enchufe. Pero el secular ritmo biológico del lugar se ha roto. En Yellowstone, por ejemplo, han tenido que volver a meter lobos y a provocar incendios.

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