CARTA TE ESCRIBO
De insecticidas y otras hierbas
QUERIDO hermano: Ándate con tiento que tantas fiestas como tenéis por ahí pueden acabar contigo; ese cimbreo de cadera que tiene Shakira, por ejemplo, puede tener consecuencias fatales. Así que cuídate; no comas mucho que siempre fuiste un poco tragoncete; bebe con moderación pues dice Viti que el alcohol es bastante dañino; no trasnoches en estos días tan propicios para ello con lo que pongo final a la cosa, que sobran consejos ya que tú solito te sobras y bastas para equivocarte. Como se equivocan aquellos que hacen lo posible por envenenar el aire, el agua y la tierra. En la antepenúltima andaba tratando de indicarte cómo y de qué manera ese Ministerio de Medio Ambiente, que se queda en cuarto y mitad, como en la carnicería, no funciona. Verás hermano. En mis paseos matutinos deambulo, en solitario, por los campos de Carneros, San Román, San Justo, Nistal o Celada; busco el fragante olor del trigo en sazón, del lúpulo retrepado en los postes; busco el canto cantarín del agua que discurre, a veces, alborotada por la acequia, o lenta y tranquila por la Moldería, donde se hace estrépito en cada molino ahora con las muelas varadas. En ese diario pateo, hermano, me rebelo; porque en cada azague, presa o aceña, en cada reguero, moldera o agual contemplo, de unos años a esta parte, el mismo desolador espectáculo; sus orillas, a las que en lugares se llaman rebarbas o cembos, son pura desolación; antes, acuérdate, cuando eramos jóvenes había que segar esos cauces un par de veces, o más, en el verano, para propiciar un buen discurrir del agua. Ahora contemplo esas orillas mustias, resecas, sin aquel furioso y fresco verdor de antaño. A toda clase de hierba, trébol, mielgas, gatiñas y margaza, le dan matarile al inicio de temporada con el uso del herbicida apropiado, que lo dice el nombre, a matar hierba. Las amapolas, hermano, han desaparecido de los trigales, que tal vez no sean muy buenas para la cosecha, pero es que también han desaparecido de los lindes o márgenes de las carreteras, que Fomento, Junta, Diputación, municipio y pedanía compiten por emplear más y mejor toda clase de insecticidas, herbicidas, fungicidas y todo lo que termine en ida que no veas; el caso es eliminar cuanto la naturaleza ha puesto donde debe estar. Así que en esos regatos donde antes zascandileaban los cangrejos autóctonos o aquellos pececillos tan apreciados para las sopas de ajo, no verás ni uno; la cadena vital se rompe desapareciendo los beneficiosos topos y topillos, las orugas en muchos casos son un leve recuerdo, las cocas panaderas ni te cuento; aquellas bandadas de jilgueros que picoteaban en los rodales de cardos ni los avistas porque hemos hecho desaparecer los cardos; los pardales, también dichos trigaleros escasean de forma irremisible y hasta las pegas que tanto grajeo armaban cuando se acercaba algún zorro son ya recuerdo. Las ranas, querido, tan escandalosas en noches veraniegas, ya no croan ni en las Fuentes de Santiago y aquellas bandadas de patos, que se decían curros, de la Moldera Real se han quedado en media docena, cobijados en lo más solitario de Prado Otoño abajo. A Pancho Purroy ni puñetero caso hacemos de sus prédicas y así nos luce el pelo. Me duele, hermano, en esos paseos contemplar tanta desolación y ver que las instituciones no sólo son incapaces de atajar el mal sino que son ellas las que emplean esos métodos condenables. Aún así persisto, que el ancho campo es bueno para meditar y rumiar promesas electorales que en nada de tiempo volverán a repetirse.