Mansilla Mayor | Obituario | Ángel Pastrana Corral |
Los vecinos se suman al recuerdo al padre Llorente en la misa que presidió el obispo de León Adiós a un marista excepcional
El obispo de la diócesis de León, Julián López, presidió ayer una eucaristía en recuerdo del misionero leonés Segundo Llorente Villa, en el centenario de su nacimiento. Fue el acto central del homenaje al religioso que acogió la iglesia de su pueblo natal, Mansilla Mayor, donde se dieron cita familiares del Padre Llorente, además de numerosos feligreses y vecinos del pueblo y del entorno. El padre Llorente nació en 1906 en Mansilla Mayor y pasó cuarenta año como misionero en Alaska. Falleció en 1989 en Spokane (Estados Unidos), donde atendió durante un tiempo a los hispanos. En 1960 fue elegido senador por el estado de Alaska y recibió numerosas condecoraciones en diversos países. El padre Segundo Llorente había comenzado sus estudios sacerdotales en el Seminario de León, que ahora cumple cuatro siglos de actividad pastoral. El viernes pasado nos dejó un ser excepcional que se fue calladamente en la distancia. Se cerró así un día triste en el que muchos sintieron que una parte muy importante de su ser se resquebrajaba, que una rama del árbol que los sostenía se quebraba, ya que su abrazo era cobijo de muchos que hoy se sentirán huérfanos de un padre que quizás nunca tuvieron, y esa persona era el Hermano Ángel Pastrana Corral. Desde León todos estuvimos pendientes de su evolución hasta el último momento, porque tras sufrir un infarto el miércoles de la semana pasada su estado se agravó por una neumonía que hizo que las noticias de Loja, en Ecuador, fueran poco esperanzadoras. Falleció en la Clínica San Agustín de Loja, acompañado por compañeros y amigos, y por todos los que desde aquí le rezábamos y deseábamos que resistiera, que fuera fuerte, como siempre lo había sido. Fueron muchos los años de esforzado trabajo, luchando por lo que más le preocupaba, cuidar de los indefensos no solo durante su infancia sino procurándoles una formación para cuando llegaran a adultos, años de mucho empeño en conseguir ayudas y comodidades para cientos de niños a los que se entregaba como director del albergue Julio Villarroel de esta localidad ecuatoriana, ciudad a la que llegó en 1978 y donde desde el domingo 12 de noviembre reposan sus restos en la cripta que los hermanos tienen allí en la Casa de Formación. Ángel Pastrana había iniciado el misionazgo cuando con apenas dieciocho años llegó a Cuba, tierra en la que estuvo hasta que el Gobierno castrista expulsó a los religiosos dieciocho años después. «Como tuve que salir a la fuerza¿ lloré cuando salí de Cuba», dijo en una entrevista posterior recordada el pasado sábado por el diario de la UTPL. Desde allí, pasó a Ecuador, donde desempeñó cargos como rector del Colegio Técnico Daniel Álvarez y canciller de la Universidad Técnica Particular de Loja, donde consiguió que la enseñanza se especializase y los estudiantes pudieran conseguir un título siendo director de la Modalidad Abierta, pionera del primer sistema de estudios a distancia en el país; fue también director del Hogar Marcelino Champagnat y provincial de los Hermanos Maristas. Prensa e Internet En todos los medios de comunicación ecuatorianos se divulgó la triste noticia, tanto en la prensa escrita como a través de Internet --procedimiento que permitió a la familia sentirse cercana y poder acompañarle más si cabe, pese a la distancia--, también la televisión recordó su labor y resumió su vida a lo largo del fin de semana. Ester Álvarez, colaboradora suya desde 1978, recordaba en el diario La Hora de Loja «Él tuvo un sueño y fue la construcción de la Casa Nazaret en donde se atendería a los familiares de los enfermos que llegarían a Solca o al hospital Isidro Ayora Cueva. También se involucró en el aspecto político, siendo el coordinador general de Participación Ciudadana, con el fin de velar por la transparencia democrática en dicho país. Todo ello justifica que innumerables personas se acercaran desde el viernes a los lugares donde ha sido trasladado su cuerpo, a la capilla del Colegio Técnico Daniel Álvarez, al albergue Julio Villarroel y al centro de convenciones de la UTPL. Lo que más me sorprendió cuando le conocí en 1998 fue su vitalidad, tras ese aspecto frágil que le dieron los años, era todo lo contrario, era jovial, siempre ansioso por descubrir algo nuevo a cada momento, esa vitalidad yo la vi reflejada en sus manos, porque a pesar de su edad tenía unas manos fuertes, apretadas, llenas de vigor y que no parecían pertenecer a un hombre que ahora tenía 81 años, eran unas manos fuertes y jóvenes que parecían haber salido de un cuadro de Vela-Zanetti. Era un hombre culto, paciente, ávido de información, de conocer lo que sucedía en su entorno y por qué sucedía. Le delataba la sonrisa pícara cuando descubría la actitud de un niño ante lo desconocido, tenía una voz cadenciosa que daba tranquilidad a los que le rodeaban, le gustaba observar y sobre todo esa sensación de que no había nada que temer ni nada podía pasar porque él estaba al corriente de cualquier imprevisto. Como él decía, «Donde me llaman yo voy, si puedo ayudar lo hago, si no no me marcho». Era una persona con la que pude tener largas y fructíferas conversaciones acerca de cualquier tipo de tema, con él me gustaba hablar sobre la labor educativa, me gustaba conocer su punto de vista porque tenía grandes proyectos y estaba en todo momento al tanto de cualquier técnica buscando libros y documentación para que en el albergue las educadoras pusiesen todo su empeño en sacar adelante a todos sus niños. Nadie pudo sospechar este verano, viéndole pasear por Gordaliza del Pino que iba a ser la última vez que lo haría por las calles del lugar que le vió nacer y en el que tanto cariño le profesan todos sus vecinos; quienes pudimos disfrutar de su compañía podemos alardear sin temor de haber conocido a un ser humano como pocos y podemos sentirnos orgullosos de formar parte de su familia. Descansa en paz, Ángel, nunca te olvidaremos.