Diario de León
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MARTÍN MARTÍNEZ
León

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QUERIDO hermano: 31 de diciembre. En tal fecha celebrábamos la onomástica del abuelo, con su tradicional invitación, con hoguera y todo, y aquel dicho de «san Silvestre el año acabeste» con reminiscencias del dialecto leonés. Se acabó el año y hacemos cábalas, sobre todo votos para que el venidero nos proporcione, al menos, las mismas satisfacciones que el fenecido. Nos conformaremos con aquello de «virgencita que me quede como estoy», no se vaya a liar la madeja y quedemos atrapados en la misma. Tiempo habrá de recapitular sobre estos doce meses que dejamos atrás; tiempo habrá para formular peticiones y deseos para los doce venideros y programarnos de cara a los acontecimientos, muchos de ellos ya anunciados. Por ejemplo, hermano: esas elecciones primaverales que están, a pesar de la distancia, siendo motivo de erupciones, de erucciones y aún de erecciones en los presuntos candidatos y más en aquellos que esperan el santo advenimiento de su confirmación. Sobre ascuas están, buscando anhelantes un signo, una estrella anunciadora que les muestre el camino hacia la gloria. Sin embargo aquí, en Astorga, la calma chicha es hasta sospechosa; nadie mueve ficha estudiando los movimientos del contrario. Me parece hermano que hasta que no finalicen estas fiestas vamos a estar sin saber lo que se cuece -o no se cuece que también puede ser- en los pucheros políticos. Y no soy yo quien para enjuiciar ciertos actos y acontecimientos -a los que acudo sean de una u otra índole- como el que el sábado se celebró en el cementerio ante la tumba del que fuera alcalde astorgano Miguel Carro Verdejo. Se cumplían los 70 años de su fusilamiento y los socialista quisieron tenerle un recuerdo. Hace pocas semanas también era el septuagésimo aniversario del fusilamiento de las enfermeras de Somiedo, Olga, Octavia y Pilar. Recuerda que padre siempre decía que «aquello mejor no movello»; él, padre, por su independencia declarada, tenía que librarse de unos y otros; y lo hizo con los dos bien puestos, antes, en y después del desaguisado que así llamaba él a aquella catástrofe. Ahora, todos resucitan eso de la memoria histórica; y claro, cada cual tiene la suya, cada uno habla de la feria según le haya ido. Las cartas se reparten, siempre a ciegas, y según te pillen aquí te mato; después viene lo que viene y la gente se «empica» como el moño de Sara y desbarramos a más no poder, por nuestra condición humana; y a lo peor despertamos sentimientos que mejor era olvidarlos. Te lo digo, hermano, por aquello del difícil punto medio, que nos decía padre; que cada uno cree que su «carea» es el mejor y siempre aparece un perruco anónimo que le da ciento y raya; que la razón, atropellada una y otra vez por ambas partes, creemos tenerla por nuestra y no es así; no siempre es así, querido; que cada uno tiene su parte y más de una vez te lo tengo dicho: que todos han -todos hemos- de entonar el mea culpa; porque todos, en alguna ocasión, tal vez en muchas, hemos infringido las reglas de la convivencia. Mala comparanza es hermano, pero es así. Me recuerda a los que quieren oficiar de amigos de Lázaro. Los muertos, muertos están, desgraciadamente muchos de mala manera; tenemos los ejemplos. El intento de resucitarlos puede tener graves consecuencias. Hasta ahora, por aquí los recuerdos de ambas partes han sido cautos, medidos y sin estridencias, como si dijéramos con sordina. Los astorganos, así parece, queremos que los muertos entierren a los muertos; y que los vivos vivan en paz. Así lo espero.

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