| Obituario | José Miguel Guerra |
En recuerdo de «Joseín»
Lo conocí cuando me disponía a tomar los datos que me sirvieron para dar forma al libro «Valdeón, un fragor de vida en los Picos de Europa». El fue una de las primeras personas con las que entablé relación en el valle, y, desde aquel momento, puso a mi disposición, sin trabas y con largueza, su tiempo y su charla reposada y cordial, para lograr fascinarme con sus inesperados comentarios y con sus historias sorprendentes; con sus ideas pintorescas y con su carácter obstinado y anárquico. Estrechamente vinculado al paisaje sobrecogedor de los Picos de Europa, que sentía con intensidad, era un ardiente defensor, frente a la extenuante burocracia administrativa a la que menospreciaba y criticaba sin tapujos, de un conservadurismo natural ligado a las viejas tradiciones propias de la cultura rural montañesa. Había erigido su pasión, la caza, en un singular desafío, en un permanente reto consigo mismo. La marcha silente e incansable tras el paso libre del animal montaraz, cuya presencia le excitaba en extremo, trastornaba su ánimo. Se desenvolvía en un medio agreste y hermoso que conocía como pocos, y caminar a su lado a través de la montaña -tuve la fortuna de hacerlo en más de una ocasión- suponía instalarse en un estado de agitación permanente. Para el, en el entorno natural, todo parecía adquirir el carácter de una revelación. Detectaba, sin dudarlo, el incierto rastro del tejón entre la borusca, la tímida presencia del corzo tras la espesura, y el paso de un venado, en el restregón de sus cuernas hiriendo la corteza de un quejigo. También el norte que toma la carrera de un rebeco, quebrando con su marcha la tersa blancura de un nevero, o las urgencias de un lobo, al advertir el espesor de su huella hundiéndose en la tierra húmeda. Y hasta lograba adivinar el tiempo transcurrido desde que un jabalí dejara de hozar en un pastizal. Hoy me entero de que «Joseín» ha muerto. De que nos ha dejado alejándose entre la ventisca que arrastra a la nieve, que ha respondido, para darnos la espalda, al reclamo de este invierno tardo y frío al fin. Que ahora su alma de cazador vaga ya, para siempre, entre argayos, canales, tiros y horcadas: encrucijadas de la «peña» que tanto le cautivaron. Quiero dejar constancia de mi gratitud y reconocimiento a un hombre sencillo y afable, animado y generoso, que me honró con su amistad. Adiós amigo.