Nueva ley, nuevas esperanzas
LAS GENTES del campo llevan tiempo cansadas de escuchar cómo se les llena la boca a los políticos de uno y otro signo hablando de desarrollo rural mientras ven cómo sus pueblos agonizan, sus jóvenes se marchan y la población está cada vez más envejecida. Tengo aún fresca en la memoria una frase que pronunció hace un año el presidente de la Comunidad de Regantes del Páramo Bajo, Luciano Fernández, ante la ministra de Agricultura, Elena Espinosa. «En la mayoría de nuestros pueblos tenemos menos servicios que en la cárcel», dijo. Y lo malo es que, en el fondo, no le faltaba razón. Las desigualdades con la ciudad son inmensas. Parece ser que este viernes el Gobierno aprobará la Ley de Desarrollo Rural que debería servir para paliar esas enormes diferencias. Una ley, por otra parte, prometida en varias ocasiones por el presidente Zapatero. Las administraciones en general y esta ley en particular deben poner su principal empeño en dignificar la vida en el campo, en conseguir que los habitantes de las pequeñas poblaciones no se sientan ciudadanos de segunda. Y para ello son necesarias medidas de discriminación positiva que vengan a eliminar las desventajas existentes tras largos años de olvido y de desidia para con el medio rural. La solución no es sencilla, tanto que en esta nueva ley están implicados varios ministerios. Los jóvenes se van a las ciudades porque no ven presente, y mucho menos futuro. No es de recibo que cuando todos los ciudadanos pagan los mismos impuestos, los servicios no sean los mismos también para todos. No se entiende que, en un mundo globalizado, en muchos de nuestros pueblos no sea posible el acceso a las nuevas tecnologías de la información. Cosas tan normales en la ciudad desde hace años como la conexión a internet a través de las líneas de alta capacidad como el ADSL son imposibles en el medio rural. Es imprescindible regular por ley y destinar dineros a solventar estos desagravios. El campo de trabajo es inmenso si es que aún se está a tiempo para atajar el problema. No puede ser que ser madre en una pequeña población sea más difícil que en las grandes ciudades. Habrá que establecer algún sistema de guarderías. Las empresas que quieran asentarse en los pueblos deben tener beneficios fiscales. Construir una vivienda también debería tener ciertas ventajas, siempre que sea el domicilio principal. Y el gran caballo de batalla: el empleo, especialmente el femenino y el de los jóvenes. Nadie se quedará en los pueblos si no hay trabajo. Y en este campo si que hay una ardua tarea por realizar. Las empresas deben ver algún beneficio. Falta suelo industrial. No me refiero aquí a la creación de grandes polígonos, sino a que, por lo menos, no existan inconvenientes. Es muy difícil que una pareja se establezca en una pequeña población si los dos miembros no tienen trabajo. La empresa, pues, es complicada y multidisciplinar. De no acometerla, en pocos años, la gran mayoría de nuestros pueblos quedarán desiertos y no servirán, ni si quiera, para el descanso de fin de semana de los urbanitas. Cuando en un pueblo desaparece el bar, por banal que parezca, está condenado a muerte. Y muchos ya no lo tienen.