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Entre Pinos y en Babia
Uno de los rincones más bellos de la provincia de León es «Las Babias», dicho en plural por la propia distinción que los babianos hacen respecto a la Babia Alta y la Babia Baja
Entre los más bellos rincones que adornan la provincia de León, contrastados por gentes de todas épocas y condiciones, mantiene su atractivo de los mejores tiempos la región de Las Babias; dicha en plural por aquello de la propia distinción que los babianos hacen respecto a la Babia Alta, o de Suso y la Babia Baja, o de Yuso. Ambas siguen salpicadas por catorce pueblos cada una, cuyas cabeceras administrativas se sitúan en Cabrillanes, la de Arriba y en San Emiliano, la de Abajo. La acusada personalidad de las gentes babianas y la densidad histórica de los veintiocho pueblos que componen los anteriormente citados municipios de Cabrillanes y San Emiliano, bien merecen que este Retablo se ocupe con gusto de glosar las muchas virtudes que adornan a sus habitantes -producto, quizá, de la bonanza de las tierras en que viven- y aprovechar de esta manera para hacer un apunte sobre el ámbito geográfico y la peripecia que ha ido marcando la vida y costumbres de estos buenos montañeses. Orígenes Son ya muchas las versiones que circulan en torno al origen del nombre de Babia, todas ellas muy bien apoyadas según los particulares puntos de vista de quienes las defienden. Autores de tanto relieve como Corominas, Guzmán Álvarez, Javier García Martínez, Virgilio Riesco, Justiniano Rodríguez... se han ocupado del tema y desde visiones eruditas -Corominas-, que hermanan «Badavia» con la región germana de «Batavia», hasta las puramente populares -Virgilio Riesco-, que atribuye el nombre al paso de peregrinos jacobeos que para orientarse preguntaban a los nativos de la región, recibiendo invariablemente la respuesta: «Va Vía» (va hacia la Vía de Santiago). «Estar en babia» En cuanto a la extendida frase de «estar en babia» atribuida a los estados de ensimismamiento y desatención, unos han querido ver su origen en la estancia de los reyes leoneses en la región, por lo que se paralizaba toda actividad administrativa en la Corte, porque el rey «estaba en Babia»; aunque historiadores de tanta autoridad como Justiniano Rodríguez dice «que son escasas las referencias a la estancia de los reyes leoneses en Babia». Otros, quizá más sensibles a la idiosincrasia babiana -como Luis Mateo Díez y Manuel Rabanal-, prefieren atribuir este dicho a la circunstancia, tan repetida entre los pastores montañeses, de tener que abandonar sus hogares, familias y novias, una gran parte del año para mantener sus rebaños en tierras extremeñas y mientras físicamente, se encontraban apacentando sus ovejas, la mente les traicionaba con el retrato de sus paisajes verdes y sus seres queridos. De esta manera, cuando se apreciaba este trance en la actividad de estos añorantes pastores, la gente dio en decir que «estaban en Babia». Y en Babia estamos, queridos amigos de Retablo Leonés, pero hoy hemos querido encaminar nuestros pasos a un pueblecito que, aunque hoy se denomine como «lugar» en el Nomenclátor oficial, fue una señorial villa que gozó de los privilegios reales por estar adscrita al régimen de realengo desde los primeros años de la Reconquista, pasando en 1178 a formar parte del patrimonio de la poderosa Orden de Calatrava. Un lugar emblemático Hablamos del pueblecito Pinos de Babia, un lugar situado en un hermoso paisaje geográfico sobre el arroyo Alcantarilla que cruza el pueblo de San Emiliano y desemboca en el río Luna, unos tres kilómetros más abajo de este poblado. La descripción más genuina de la situación de esta pueblo, nos la brinda el ilustre babiano, profesor Guzmán Álvarez, que con el singular gracejo de las primitivas hablas, nos dejó escrito: «Aquella chanada que corta el valle que viene de Orugo, donde se sitúa Santu Millanu, termina pula derecha en Pinus. Las crestas blancas que la limitan pu lus dos laus, vanse acercandu, apretánduse y aunque nun chegan a xuntarse, sus quebraus laderones terminan pur nu estar separaus más que pul río...». Pues bien, este ameno lugar, como decíamos, volvió a ser de realengo en el año 1181 y el día 21 de junio de este mismo año, junto al pueblo de Lago de Babia, pasó a engrosar el ya rico patrimonio del monasterio de San Isidoro de León, que lo recibía acompañado de la descripción de sus antiguos términos: «por las colladas de Rosas y de Laxeros, por Val Grande y la Encinera hasta la collada de Tilóbriga, con todas sus derechuras y cotos antiguos». El rey Alfonso IX, titular entonces de la villa de Pinos, hacía esta concesión a San Isidoro para compensar al Abad de las pérdidas de su dominio sobre las villas de Castrobol y Villalba, que habían sido generosamente cedidas al monarca por ayudar a la repoblación de Mayorga. Y como la historia da tantas vueltas, y los hombres de ayer vivieron unas circunstancias que nada tienen que ver con las de hoy, el Derecho Consuetudinario, anclado en épocas y situaciones felizmente superadas, mantiene en contra de las razones más elementales, un territorio adscrito al Concejo de Mieres -que ni siquiera es limítrofe- tratando de perpetuar un sin sentido que sitúa parte de las tierras del Principado en el municipio babiano de San Emiliano, que como muy bien saben nuestros amigos asturianos, es parte integrante de Castilla y León.