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MARTÍN MARTÍNEZ
León

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QUERIDO HERMANO: Sí, ahora ¿qué? Ganas me dan de ponerme al lado de Abel Pardo y pedir, no solamente la incorporación de Tras Os Montes al viejo obispado de Astorga que es lo mismo que el reino de León; habría que pedir el Ribatejo, incluida Lisboa que para eso su primer alcalde era astorgano, el Alemtejo y más allá hasta llegar al Algarve que no es mal sitio para unas vacaciones. Sospecho que al bueno -y listo, que parece mucho- de Abel se le ha pegado eso del nacionalismo gallego y ainda mais. Pasmado me dejan esos tíos del BNG que, cada dos por tres ponen al descubierto su espíritu anexionista que es lo mismo que decir imperialista; ya ves, ahora entre el Manzanal y el Cebreiro quieren poner un colchón, el Bierzo, república independiente, lengua chapurreada que van a tener que andar a mamporros léxicos, perifrásticos y ortográficos con la UPL para ver cual, qué y cómo se implanta el llionés o el galego en los dominios de Estanga, de Monteserín el de Balboa con su carril-vacas y otros que tal bailan por aquellos andurriales. No es mal tiempo para ir ahora, en otoño esplendoroso, a encontrar las palabras perdidas en la memoria de sus gentes y aviarse unas castañas que ya andarán buscando salir del erizo. El telar de Pardo es nada ante esos gallegos. Y dejemos la chufla, hermano, porque estas semanas han venido nefastas. Que vamos caminando hacia un puerto desconocido e incógnito, por muy conocido que sea, nos lo advierte ese reguero de amigos que uno va despidiendo; pues ya son muchos, demasiados, los que pagan su tributo, toman la barca y se van. Hace un par de días doña Milagros, maestra astorgana de muchas generaciones, emprendió la travesía definitiva; se ha ido después de poco más de diez meses al encuentro de don Esteban de quien, por entonces, te escribí. Estoy imaginando la alegría de aquel ejemplar maestro por el reencuentro de quien durante tantos años fue su compañera; con seguridad que seguirán dirimiendo la primacía, la belleza, el encanto del paisaje, las truchas de Fasgar o Boisán. Era el único punto sobre el que discrepaban. A mediados del también ya fenecido septiembre, se nos fue Martín Cordero, éste maestro de la vida y la alfarería, de Jiménez por supuesto; guardián fiel de la tradición secular de su pueblo, máximo exponente de una artesanía en decadencia a la que, a pesar de sus años, seguía aferrado por amor a un barro que barnizaba sus rudas y finas manos. El primer alfarero Dios, el segundo Martín Cordero; un buen cacharro le salió al primero con el segundo. Lo conocí hace muchos años, allá por los sesenta, cuando Taruso hijo era un rapaz aprendiz al que Martín, junto con Taruso padre, enseñaba las buenas artes de moldear el barro; y bien que las aprendió. Cuando aparecíamos por allí, más tarde en su alfar- museo, Martín Cordero tenía presta la sonrisa, ancha, franca, dispuesta al diálogo, a mostrar a todos los intríngulis del oficio, a diferenciar las distintas clases de ollas, a saber qué es un cántaro o una cántara, a querer y amar el barro. Desde el Museo de Jiménez algo habrá que hacer, aparte de buscarle sucesor, para honrar la memoria de quien tanto lo honró. Siempre me decía tocayo. Y antes en los primeros de septiembre fue Popi, la esposa de Vicente Revillo, el amigo Tente. Fue un palo. Años llevábamos coincidiendo, en sus periodos vacacionales, ahora ya largos, a la hora medianera dando cuenta de unos vinos en los Hornos, la Verja o Tío Pepito, charlando y recordando. Educada, cariñosa, afable, discreta, amiga de sus amigos, inmersa en la familia; nadie sospecharía que aquella sencillez albergara a persona tan inteligente, políglota de media docena de idiomas y una amplísima cultura humanística. Compañera ideal y complementaria de Tente. Sí hermano, ahora qué, si se te van tantos amigos.

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