Diario de León
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MARTÍN MARTÍNEZ
León

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QUERIDO hermano: Que la primavera, y sus alergias, te sea propicia, Mira que sois fiesteros por ahí. Os amarráis a los comuneros, aunque sea para denostarlos; que la fiesta nada nos dice pero, como el trabajo es sagrado, ni tocarlo. O amarráis a don Luis Sosa, buen clavo aunque queme; y como al vice-alcalde hay que tenerlo contentín, os inventáis levantamientos donde sólo hubo un apoyo para el más cabronazo de todos los reyes que en España han sido. Y mira que los ha habido. El caso es tener fiesta y que la historia sepamos adaptarla. Y por si fuera poco, después de dos días de jarana, coronas de laurel y vítores destemplados, aparece San Isidoro, patrono de la ULE, y empalmáis una semana de asueto y trago como pintada. Verdad es que los españoles en eso de no dar palo al agua somos maestros; y como España nació en la ermita de Corona los leoneses cum laude . Pero mira, sigamos por esa senda, todos unidos que diría el rey felón, pues a unos cuantos no les va mal. Sospecho que no estarás integrado entre esos mil leoneses detrás de los que andan, con candil, las jaurías bancarias de la provincia. Pues dicen que cada uno de ellos tiene en el calcetín, o bajo techo, en el hoganillo o el alero, contante y sonante medio millón de euros. Una barbaridad, tú, si lo transformamos en la ya arrugada pesetina de antaño. La verdad, hermano, que no sé qué iba a hacer uno como éste que te escribe con tanta pasta acostumbrado al último ojal; libre estoy por no disponer de un solo ladrillo, ni del terrenín del abuelo; que dice María Jesús Soto, lista como un conejo, es de donde salen esos mil leoneses cuya identidad anda sin ADN. Por aquí pocas fiestas, no como vosotros, y paso corto. Y ahora hemos dado uno adelante. Por ahora, se queda en un reconocimiento oficial, y si hay suerte lo demás llegará a su tiempo como los nabos; que con paciencia, una caña y si es preciso un poco de saliva, se nos dará por añadidura. Aunque a lo mejor, que es lo pero, alguno hayamos palmado, pero ahí está para nuestros sucesores. Trabajo, sudor y reivindicación ha costado la cosa. Te hablo de la Vía de la Plata. Por fin, después de tantos años, ha sido reconocida como calzada romana que unía en tiempos romanos las dos ciudades augustas Mérida y Astorga, a las que los cisalpinos decían Emerita y Asturica. Y no más. Nuestro amigo Antunes, ese periodista espía que teníamos en Lisboa, estuvo el viernes en Astorga para ser testigo del triunfo de la verdad. Tenías que ver su cara de satisfacción recorriendo la exposición sobre la vía en el museo Romano. La vía de Mérida a Astorga, o viceversa. Parte de ese triunfo le corresponde a él por aquel trabajo, cuando asturianos, andaluces y algunos leoneses que parecían de Valladolid fueron a la ciudad lusa, antigua y señorial, a vender un burro lleno mataduras; Antunes desbarató la venta al retirarle la albarda descubriendo sus miserias y meterle al jumento un cardo bajo el rabo. En la Ergástula nuestro alcalde se esponjó de satisfacción, no sin razón; que después de años de lucha en este túnel romano se ve la luz. Aparte de las autoridades, allí estaba Manuel Abilio Rabanal, paladín en la defensa de la historicidad de la vía; satisfechos estaban Santos Yanguas y Emilio Cartes, maestros los dos en Oviedo donde, en contra de la tesis política del principado, han defendido el trazado original sin otras interferencias; a sabiendas que a Tinín Areces y sus seguidores ni pizca de gracia les hacía. Narciso ha dicho más de una vez: «La Historia es la Historia; es inamovible y no se puede putear». Ellos, con Abilio, Roldán, Liborio, Valentín o Colinas, han sido apoyos fundamentales para desenmascarar espurias aspiraciones. Bien sabemos, hermano que sólo ha sido un paso; pero muy importante para ir poniendo las cosas en su sitio. El día que encontremos el tren perdido, promesa incumplida, será un día grande. Que lo veamos, hermano.

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