Diario de León
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MARTÍN MARTÍNEZ
León

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QUERIDO hermano: Con la cercana festividad del Patrón, el Camino está más de actualidad, si cabe. Y más aún en esta ciudad jacobea por excelencia, punto ineludible en la ruta y vértice en la unión de los dos grandes caminos de peregrinación. Son fechas estas muy propicias para ensalzar la labor que aquí está realizando la asociación de Amigos del Camino, con ese albergue modélico y las actividades paralelas que se desarrollan a lo largo del año. Tiene pendientes dos cosillas que quiero recordarles aunque no sea necesario, que en ello están: la colocación de la campana en la espadaña del albergue y la recuperación, y puesta en valor, de la Fuente de los Romeros en campo de Estébanez. El nombre lo dice todo. Fuente bien documentada en el siglo XVIII y en la que bebimos más de una vez cuando de rapaces apacentábamos los bueyes en el valle de Rozas. Nosotros la decíamos Fuente de los Camineros, porque surtía a la casilla que en aquellos años habitaba Lorenzo Callejo con su familia, caminero de aquel tramo. Todo se andará. Pero hoy, hermano, te quiero escribir de aquel curita de El Cebrero, débil físicamente pero con una fortaleza de espíritu inigualable. Esta tu casa de la plaza San Miguel fue lugar de más de una tertulia, junto con Augusto Quintana, de sus aspiraciones y andanzas jacobeas; aquel mítico dos caballos se convirtió en todo un símbolo del Camino. Te escribo, querido, de Elías Valiña. Se hace uno cruces si piensas cómo pudo aguantar, los pocos años que vivió, con la trepidante vida que llevaba; era imparable, nada se le oponía, todo lo conseguía, no entendía de obstáculos. Sí, él fue quien escribió en el Sinodicon los concilios galaicos; él fue quien llevó a cabo el episcopologio tudense; él fue quien dirigió el inventario del patrimonio lucense recorriendo cientos de aldeas por trochas y corredoiras, siempre incansable. Escribió mucho más, por supuesto. Y sobre todo, él fue quien, apoyado en el Santo Grial de su querido Cebreiro, su destartalada parroquia entonces, consiguió dos milagros; que milagro fue transformar El Cebreiro como él lo hizo; resucitó, dio vida a un moribundo desahuciado; reconstruyó aquella ruinosa iglesia; restauró la histórica hospedería; salvó de la ruina y el abandono las pallozas; creó un museo etnográfico y logró que la Administración declarara aquel pueblo perdido en la montaña como monumento nacional. Más milagro, hermano, consiguió con el Camino de Santiago; se empeñó en ello; recorrió media España desde Roncesvalles, desde Somport a Santiago y más allá; anduvo por Francia, Italia y otros países europeos, involucrando a unos y otros en su empeño y con pintura amarilla, que dicen da mala suerte, a él la buena, marcó piedras, árboles, cruces y paredes; resucitó el Camino. En estos días, los más jacobeos del año, podemos admirar en el claustro del seminario astorgano una exposición sobre su vida, su obra y sus milagros. Iniciativa de la asociación de esta ciudad y favor de la Xunta que se la ha prestado. Amén de recorrer su ingente obra, su andadura vital, me agradó encontrar algún objeto de Elías, como aquel zurrón de piel de cabra que alguna vez acaricié; o la matrícula del dos caballos que sus familiares han guardado con cariño, como joya que lo es. Ello me hizo recordar una reunión -sería el año 83-84-; allí en su alberguería, a la que acudimos algunos astorganos y donde nos obsequió con los garbanzos más jugosos que he probado adobados con callos, al estilo de la tierra y el mimo de las manos de su hermana y sobrina. Y se habló del Camino. Homenaje merecido es esta exposición a quien, después del Apóstol, más ha hecho por el Camino. Ha de estar feliz.

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