Diario de León

| Crónica | Un paseo por Miñera |

Los espectros del embalse de Luna

El hasta hace poco prolongado y seco estiaje ha descubierto los restos del laborioso pueblo de Miñera de Luna, anegado por las aguas con la construcción del pantano

Publicado por
Enrique Alonso Pérez
León

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Aunque después de las lluvias, y sobre todo las intensas nevadas de los últimos días, se han vuelto a cubrir los esqueletos de aquellos pueblos que un día alegraban el valle del Luna, hemos querido dedicar un cariñoso recuerdo a lo que significaron en vida, para que sirva a la vez de homenaje a quienes vieron sus proyectos y expectativas de futuro truncados sin remisión, hace ya más de cincuenta años, en aras del progreso de algunas zonas y la diáspora obligada que les empujó a salir del terruño que anegaban las aguas.

Catorce pueblos desaparecieron totalmente de la geografía luniega, catorce que merecen una mención teñida de añoranza para el ya mermado conjunto humano que protagonizó la traumática salida: Miñera, Mirantes, Truva, La Canela, Ventas de Mallo, Casasola, San Pedro de Luna, Oblanca, Cosera, Campo de Luna, Láncara, Lagüelles, Santa Eulalia, Arévalo... Todos ellos recibieron en su día el adiós dolorido de las instituciones provinciales, que materializaron la despedida sentimental en un libro-ofrenda escrito por el inolvidable don Mariano Domínguez Berrueta, que en un pequeño párrafo decía lo siguiente: «Porque aún resuelta la cuestión económica en beneficio de los paisanos, aún queda lo que no se puede valorar , ni pesar, ni medir: el sacrificio enorme de abandonar la tierra en que se ha nacido, el solar de la propia historia, el cementerio de tan hondas evocaciones, la parroquia donde estaban las raíces de la espiritualidad, la escuela con los recuerdos de la niñez, el prado ameno que en los pocos días de vagar y de fiesta era el campo de juegos y bailes de la mocedad, el panorama de belleza solemne a cuya luz se recrea el aldeano pensando acertadamente que no hay en el mundo paisaje como aquel ni prado como el suyo».

Hemos estado hace unos días en ese desierto propiciado por esos 318 millones de metros cúbicos de agua gravitando durante cincuenta y pico años sobre las que fueron bulliciosas aldeas, que en estas épocas prenavideñas dejaban sentir su espíritu de convivencia en una vecindad cuajada de hombres de buena voluntad, que esperaban con espontánea candidez la llegada del Redentor en torno al entrañable nacimiento entonando los villancicos heredados de sus abuelos...

Y nos detuvimos ampliamente en uno de esos catorce pueblos que hoy no son, pero que un día fueron: Miñera de Luna, que como consecuencia del largo estiaje, aparecía en el mes de los difuntos totalmente «descarnado» llamando la atención de cuantos quisieran acercarse a contemplar el desbarajuste de sus piedras.

Nos dice Berrueta, en el libro reseñado, que en las cercanías de este pueblo hay restos de un puente romano, que tiene carácter y es del tipo de puentes de arcos desiguales, trazado irregular, sin eje y encorvado, como el puente de Hospital de Órbigo o los viejos puentes, hoy reformados, y... deformados de Villarente y Mansilla. Y tiene una mención especial a la casa en que nació el venerable Obispo de León, don José Álvarez Miranda -“cuyos restos pudimos ver en nuestro recorrido, semienterrada entre las aguas-. Timbre de honor es para Miñera -“sigue diciendo Berrueta- el recuerdo de este Obispo, cuya buena memoria perdura en León, rodeada de la reverencia que inspira la santidad.

La ermita de San Lorenzo, bajo cuyo patronazgo se celebraba el 10 de agosto la fiesta principal, contenía bajo el alero de la techumbre una cabeza bien labrada y con acusado sello de antigüedad y mano de artista notable, datada por los expertos como del siglo XII, cuya procedencia nunca se supo reseñar, y que hoy, después del desmantelamiento de la ermita nada sabemos del lugar donde se conserva.

Miñera de Luna fue un pueblo de señorío y siempre se distinguió por el noble arte de la cantería, encabezada por toda una saga de artistas-canteros cuyo patriarca fue Celestino Guisuraga, que dejó por la zona de Luna y Babia sorprendentes obras que hoy son consideradas como monumentos irrepetibles.

No menos relieve tuvieron otras familias de Miñera, como los Geijo, cuya semilla se ha dejado sentir en León con políticos de la talla de Antonio Geijo, que fue Diputado Provincial y Concejal del ayuntamiento leonés, o su hermano, Fernando Geijo, que compró el vistoso palacio de los Quiñones en Riolago de Babia, hoy propiedad de la Junta de Castilla y León, o la familia Tuñón, con representantes tan cualificados como el Ingeniero de Montes, Emilio Fernández Tuñón.

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