Diario de León

CARTA TE ESCRIBO | MARTÍN MARTÍNEZ

Cum subit illius

Publicado por
MARTÍN MARTÍNEZ
León

Creado:

Actualizado:

QUERIDO HERMANO: No me atosigues; eres impaciente al máximo y sabes que eso de correos electrónicos, emeeseemes, mensajitos y demás mandangas no es que me rebase, es que me confieso inútil total. Porque donde esté la carta en papel y con sobre timbrado, aunque sea con franqueo concertado, quita pallá lo demás. Es como el periódico, me gusta tocarlo, palparlo, sentirlo, olerlo.

Así que decidí no escribirte hasta el regreso. Desde que en segundo de Humanidades traducíamos las Tristia de Publio Ovidio Nason, tenía entre ceja y ceja el Ponto Euxino. Ovidio fue obligado a abandonar Roma una noche por orden de Augusto, aún sin descifrar la causa; desterrado al Ponto. Tristísima noche debió ser aquella y cuando llegó a lo que hoy decimos mar Negro, entonces Ponto, compuso aquellos doloridos versos.

El estar enredada la pequeña en cuestiones bilingües nos dio la oportunidad de recorrer buena parte de la orilla occidental del Ponto, al que Ovidio inmortalizó en sus versos, amén de otras tierras. Tuvimos ocasión, hermano, de transitar las infernales carreteras de Bulgaria -”puro, duro y continuo bache-” que hacían buenas aquellas otras que conocimos hace ahora medio siglo en la comarca de la Cabrera. Nos empapamos de la cultura tracia por el Valle de los Reyes; recorrimos museos en los que atesoran piezas espectaculares (las que no han robado) de la época del famoso Espartaco y divisamos los muchos túmulos que siembran aquellos parajes.

Topamos con un puñado de españoles atentos, amables, serviciales, interesados por hacernos agradable la estancia en aquel país, como José Félix, Lilí, Albert o Ignacio; éste, de Campo de Ponferrada nos ilustró de Historia, de Geografía, de sociedad y costumbres búlgaras como lo hubiera hecho el más entendido tracio.

Por los nativos fuimos acogidos con afecto y cariño, desviviéndose con nosotros. Entre ellos Julio, un búlgaro que conduce una furgoneta con matrícula de Madrid; y así se llama su restaurante en el que cocina unas riquísimas paellas; el único, en una población de casi cuatrocientos mil habitantes que ofrece menú del día, por lo que los vientos del Ponto le son francamente favorables.

No podemos olvidar, sería imposible, la familiar y cariñosa acogida que nos dispensó Milka; ella se intitula la madre búlgara de Gemma y ésta por tal la tiene, con toda la razón; ni las canciones sefardíes que después de 500 años Solcha, pediatra hebrea, descendiente de judíos expulsados por los Reyes Católicos, nos cantaba en una entrañable velada; tres de ellas aparecen en el CD de María José Cordero, Sirma , que le regaló Gemma; las cantaba ella de chiquita, aprendidas de su madre. Ni olvidaremos a Milena, universitaria estudiante de español que habla perfectamente, quien por destino de la Providencia nos sacó de un apurillo de tráfico.

Cómo olvidar, hermano, que un país que se ve rico, especialmente en el aspecto humano, se encuentre tan deteriorado. Ver en muchas entradas de establecimientos las pegatinas prohibitivas de fumar, entrar perros y pistolas. Contemplar inmensos y cuidados viñedos que, según Julio, son de españoles, alternando con fábricas en ruinas, desmanteladas; ver en los centros de las ciudades edificios de muchas plantas abandonados, a medio construir desde hace veinte años. Y en las cercanías un enorme rótulo que dice -œMartinsa Fadesa-; este luminoso es todo un símbolo de lo que ocurre en Bulgaria y de lo que está sucediendo en España. En Bulgaria todo es posible-“ nos dijo un vendedor de recuerdos en Velico Ternovo-; incluso aparcar ante su tienda siempre que compraras en la misma. Aparcamos en un estacionamiento de pago.

tracking