Diario de León

CARTA TE ESCRIBO | MARTÍN MARTÍNEZ

Antonio Pereira y Astorga

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MARTÍN MARTÍNEZ
León

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QUERIDO hermano: Una lluvia suave, cadenciosa, tenue, envolvía Villafranca el 27 de abril, cuando fuimos a despedir a Antonio que tomaba, una vez más, el trenecillo de Toral. Creo que era la lluvia que él hubiera deseado para un lento paseo desde la Colegiata a Santiago. Lluvia mimosa, envolvente, villafranquina, que esporpollaba los setos de su querida Alameda , la que espera ya una nueva edición de la Fiesta de la Poesía. En ella, el próximo segundo domingo de junio, Antonio, su creador y mantenedor perpetuo, estará más presente que nunca.

Dimos, hermano, antes del oficio, unos pasos por la calle Ribadeo, dicha del Agua, cuyos muros murmuraban, bajo la fina lluvia, versos y relatos fantásticos de Antonio; aquellos que embaucaban mi pensamiento como si fuera el propio Antonio quien nos fuera guiando con su imaginación desbordante. Y en esto, apareció un rapaz sobre una bicicleta que parecía la del coadjutor , rumbo a Cacabelos para la fiesta de la Pascua y conquista de las mocinas del Cúa.

Después la Colegiata, tantas veces citada por Antonio, que nos ofreció una original y acogedora calefacción; que se abarrotó de gente de toda clase y condición para arropar a Úrsula, la compañera fiel e inseparable que, con seguridad, rememoraría aquel primer encuentro en la fila de un cine; encuentro que se convirtió en perpetua compañía. Y aquel órgano de la iglesia, que algún día fuera nullius (la iglesia), nos regaló un lamento sobrecogedor de despedida; lamento que surgió más del alma que de los embrujados dedos de Cristóbal, el entrañable amigo.

Cuando Villafranca, el Bierzo, León, la Diócesis, cuando todos comencemos a notar su ausencia, llegará junio y su Fiesta. Allí nos concentraremos en torno a Pereira, que ausente será presencia constante. Y recordaré, hermano, que hace tres o cuatro años te hablaba (te escribía) de Antonio el embaucador. Era por estas fechas; con motivo de la Fiesta del Libro se le rindió un pequeño homenaje en esta ciudad que siempre será la suya. Porque era un diocesano cabal aunque el Doctor Briva, aquel obispo de buena memoria, gran amigo de Antonio, nunca le obsequiara con una de sus camisas, envidia del villafranquino por sus puños impolutos; que el resto no se veía, solamente se vislumbraba por su ropaje talar.

Pues en aquella ocasión, como siempre, embaucados dejó a los astorganos con aquellos pitidos del obispo que las locomotoras emitían cuando desde el corte de Carneros avistaban las torres catedralicias de Astorga. O cuando dejaba al auditorio boquiabierto y desternillante si se ponía a contar los atracones que se daban con las peras de Dios .

Para seguir riendo, mientras lloro su ausencia, quiero imaginarme qué Filandón habrá organizado allá arriba. Hazte cuenta su retranca, su pausado verbo y en su derredor, literalmente embaucados, ángeles y arcángeles, coros y serafines en abandono de sus tareas angélicas. Imagínate a un venerable san Pedro -”cuando los oficios, tenía delante de mí las cabezas nimbadas de Colinas y Rogelio, las de dos apóstoles de Becerra-”; digo, imagínate a san Pedro en su arrobamiento dejando colarse a más de cuatro, en jornada de puertas abiertas. Milagro que solamente es posible cuando Antonio, el de la Cábila, el del otro lado del puente, toma la palabra. Cuya cadencia nadie será capaz de igualar. Sí, hermano; Antonio era, es, un embaucador, a quien Astorga seguirá recordando como un paisano ejemplar y un diocesano sin par, aún sin la ansiada camisa episcopal.

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