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Reportaje | maite almanza

Permiso para batirse

Don Suero logró la venia del rey Juan II para celebrar el paso de armas en una jornada en la que duendes, hadas, caballeros y damas invadieron la localidad

Una bruja precede a una familia real poco convencional en su recorrido por las calles de Hospital de

Publicado por
León

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Los artesanos se afanaban en sus talleres repartidos por el mercado medieval mientras una familia real muy poco ortodoxa lo recorría, a voz en grito, seguida por duendes, hadas, un matasanos y toda suerte de personajes inverosímiles. A medio camino el grupo se vio sorprendido por la lluvia y corrió a guarecerse en los soportales de la casa consistorial, de los que huyó despavorido minutos después cuando el pueblo comenzó a corear «¡Abajo los impuestos!» y «¡Viva la república».

Pese al aguacero, que cesó en seguida, los mercaderes pudieron mostrar sus tesoros, muchos llegados de lejanas tierras: espadas, adornos y flores para las damas, prendas de cuero, joyas, y hasta nidos para pájaros. Claro que en algunos momentos los espadachines, que repartían estocadas, distraían al público que paseaba por el recinto.

Ya por la tarde, la corte en pleno, presidida por el rey Juan II y su esposa, Isabel de Portugal, se encaminó en comitiva hasta el palenque. Don Suero de Quiñones, que lucía al cuello la argolla de hierro símbolo de su prisión de amor por una dama de identidad desconocida, pidió permiso al monarca para celebrar el paso de armas que habrá de librarlo de este lance. Juan II concedió la autorización antes de proceder al nombramiento de nuevos caballeros defensores del Passo Honroso. Las más bellas damas de la corte cerraron el acto con un baile.