Dibujando La Cabrera
Carta te escribo martín martínez
Querido hermano: Y pintándola. Sabes, de sobra, la debilidad que tengo por esa comarca, a la que no voy tanto como deseo, Debilidad que me atrapó allá por la década de los 60, no la mía, sino la del siglo pasado. Era aquello, entonces, un paraíso, pobre sí, pero feliz; sin luz, sin agua corriente, sin asfalto, olvidados de todos a pesar de la literaria denuncia de Ramón Carnicer. Un paraíso hecho una pena. Allí conocí a aquella matrona matriarca de Encinedo, Tránsito, en cuya cantina peroraba en noches otoñales Rogelio, el de Trabazos; bien cargado y alumbrado me contaba sus años de mamporrero en Buenos Aires y después contrabandista en la raya portuguesa, pasando por Montera Cavada, donde apañaba genciana para cuadrar los beneficios del café y del tabaco.
Era La Cabrera, sí, el imperio de la miseria -”no tanta como engañaba Antonio Bayo-”; el paraíso del paisaje, hoy herido de muerte por las sajaduras que le infringen. También era el paraíso por su paisanaje. Era la miseria de unas casas, pura belleza arquitectónica, que muchos de los emigrantes no quisieron salvaguardar para ahuyentar aquellos años de olvidar; tampoco las instituciones, por despego y desidia, se interesaron por ella. Hoy, hermano, se ha ido, casi todo al carajo.
Años más tarde, conocí a Ramiro, que aún sigue en la lucha en torno al Teleno; a Garrido, nuestro particular cura montaraz que anda en un nuevo proyecto sobre La Cabrera, me dijo; a Fernando Combarros, hoy recluido en la isla y rincón de Villagarcía de Campos; y tantos más, maestros, médicos, practicantes, etc., que lanzaron al mundo aquella revista inolvidable, Serano , cuyos números conservo como oro en paño.
Por los años 70, huyendo de Madrid apareció el matrimonio Severino-Pilar. Con sus propias manos -”todavía La Cabrera estaba demasiado aislada-” restauraron la casa paterna, conservando cuanto había que conservar. Comenzaron dando una lección de respeto a la milenaria herencia, conjugándolo con la comodidad necesaria. Y fue cuando a Pilar se le cruzaron los cables, ante el desbarajuste que contemplaba. Había que pasar a lápiz todo lo que se percibía estaba en trance de desaparecer, de ser destruido. Conjuntos rurales como Robledo o Nogar, pajares imposibles, palomares a punto de hundirse, corredores destartalados ya, cerrojos artesanos, trancas nunca vistas, hornos, molinos y fraguas; una forma de vida que se que escapaba como cuando se quiere retener el agua en una cesta.
Se iniciaban los años 90 y Gemma convenció a Pilar para colgar su dibujos en Astorga. El éxito fue rotundo y la bola no paró de crecer como si hubiera nevado en abundancia. Seve tardó unos cuantos años en engancharse al embrujo, aunque los sentía, que allí estaban sus raíces. Ahora, querido, en León tenéis a los dos, a Pilar y a Severino, enfrentados artísticamente, como un matrimonio bien avenido, que lo es. Pilar pone el puntillismo, casi fotográfico, en sus dibujos; Severino metió el color de su paleta mágica y atrapó los mil matices que La Cabrera tiene en su inexplicable colorido. Podéis gozar de La Cabrera hasta el uno de noviembre; visita la exposición y te impregnarás de la belleza alucinante de una comarca que ha perdido demasiadas señas de identidad. Allí cuelgan esos mudos testigos que gritan, en su silencio, contra el abandono, la incuria y la dejadez de demasiadas instituciones y autoridades. Aún hay tiempo de salvar algo, hermano, gracias a Pilar, a Severino, a quienes te he citado antes, a Grinda, a Sastre y especialmente a Concha, esa sabia tozuda y animosa, como se ha hecho en Villar, en Forna o con los palomares.
Oye, en nombre de Pili y Seve te invito a visitar La Cabrera. Además, Pilar, la mejor bruja para hacer bebedizos espirituosos, nos obsequiará con sus muchos orujos. No podrás catarlos todos de una tacada, sabes bien por qué. Pero se puede repetir la visita. Amén.