Diario de León

Los vigilantes descartan golpes de grisú que no se registraron en los libros

Los técnicos acusados destacan que había un plan de evacuación claro y medios suficientes

Algunos de los ingenieros y vigilantes que prestan declaración en la primera parte del juicio. RAMIRO

Algunos de los ingenieros y vigilantes que prestan declaración en la primera parte del juicio. RAMIRO

León

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Los ingenieros y vigilantes que ayer prestaron declaración en la cuarta jornada de testimonios de los acusados en la vista oral por el accidente que el 28 de octubre de 2013 costó la vida a seis mineros en el Pozo Emilio del Valle coincidieron en mostrar sus dudas sobre la declaración de uno de los vigilantes que recoge un informe pericial, según el cual poco antes del siniestro el nivel de oxígeno bajó al 14% y el de grisú subió al 5% en el taller de la planta 7ª del macizo 7º. Porque ese golpe de metano no quedó recogido en los metanómetros automáticos, los trabajadores del taller no hicieron uso de sus autorrescatadores y el vigilante (Manuel Ángel Cañón) no lo recogió en el libro de vigilantes, en el que anotó que como en días anteriores «había mucho gas», pero todo estaba «normal».

Buena parte de las declaraciones siguieron centradas en el sistema de ventilación del pozo, que los acusados coincidieron en señalar que inyectaba aire limpio en cantidades tres veces superiores a las exigidas legalmente. Y que el nivel de metano que registraba el metanómetro del cuarto pánzer no era el del taller donde se encontraban los trabajadores, porque a este último se llevaba aire limpio y el que recogía el medidor incluía toda la desgasificación que salía de la galería.

Ayer prestaron declaración Jairo Gómez Bartolomé, ingeniero técnico de Minas y subjefe del grupo en el segundo relevo; Carlos Conejo Lombas, vigilante primera interior del primer relevo; José Ramón González Fernández, vigilante primera interior de segundo y tercer relevo; Óscar Luis Dopazo, vigilante primera de interior de segundo y tercer relevo y José Marcos Ulecia, ingeniero de Minas y jefe del Departamento de Seguridad Minera y del de Prevención de Riesgos, Ventilación y Control Ambiental.

Todos ellos coincidieron en señalar que la explotación del taller se produjo en condiciones normales teniendo en cuenta las características de la mina; que los trabajos se desarrollaron con normalidad salvo tres días en los que se detectó bóveda, que no se sutiró; que las mediciones del taller tenían que ser normales porque si no los vigilantes hubieran detenido los trabajos y que los informes de Minas son erróneos porque cometieron un error al contabilizar el libro de pilas y «desde ese momento llevan un día de desfase» en las tareas realizadas realmente.

Jairo Gómez destacó que a mayores de la normativa exigida en el taller se creó un culatón, se disparaba los fines de semana para desgasificar y se realizaron otras labores, «pero hay que entender que trabajar en una mina tiene riesgo».

Carlos Conejo insistió en que «todos los días se realizaron las labores previstas, y si el nivel de metano hubiera subido no habrían podido hacerlo». Defendió que «el vigilante tiene gente a su cargo», y no hubiera corrido esos riesgos. Y que todos los mineros tenían suficiente experiencia para saber lo que estaba pasando. También que todo el personal de la mina conocía el plan de evacuación y qué hacer en caso de escape de grisú, como señalaron los otros vigilantes y el responsable de Seguridad.

Ulecia explicó que los planes eran aprobados anualmente, que se hacían periódicamente jornadas de formación con todo el personal de la mina y que contaban además con auditorías como las de Aitemin y el Laboratorio Madariaga que certificaban que todo el dispositivo de seguridad estaba en orden. También los autorrescatadores, que no sólo se cogían en la lampistería sino que estaban repartidos en estaciones por las galerías; y los metanómetros, un centenar que se calibraban; además de los miles de sensores repartidos por la mina que registraban los datos de metano, monóxido de carbono y velocidad del aire 24 horas los 365 días del año.

José Ramón González señaló, como los demás, que el accidente fue impredecible. «No se me ocurre cómo podía haberse evitado». Y que no es posible que colapsara la bóveda porque el taller se conservó intacto.

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