Romería de San Froilán: con los pendones al cielo y las rosquillas al paladar
El color llegó con ellos para animar las calles y exhibir con orgullo el símbolo de cada pueblo, una tarea que bien se merece un dulce típico
Una tela leonesa ondeó en la mismísima Alhambra tras la toma de Granada. La había mandado bordar el emperador Alfonso VII para inclinar la balanza hacia las huestes cristianas tras un sitio de seis meses. Esa pieza simbólica, que muestra a un San Isidoro batallador, se erige invicta y gloriosa y posee honores de capitán general. Reliquia de la Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro, confirma el poder que los leoneses otorgaban a estos estandartes, convertidos en santo y seña de cada pueblo.
Los pendones, de hasta 40 kilos, constituyen hoy en día uno de los máximos exponentes de las fiestas de San Froilán. Por las calles de León desfilaron más de 370 y otros 320 acuden hoy sábado a La Virgen del Camino. Referente histórico, cultural y sentimental, los pendones concejiles de León son imponentes en su forma y grandiosos en su significado. De rayas verdes, rojas, blancas, amarillas y azules, son orgullo de los pueblos, se lucen y bailan con devoción este otoño.
En la Edad Media servían de enseña de jurisdicción histórica e identidad de los concejos, y se enarbolaban en las múltiples refriegas para identificar al grupo, su lugar de origen y su pertenencia. Con el paso de los años el pendón pasó a convertirse en un emblema de cada localidad. Sus defensores consideran que no son una reliquia muerta del pasado que ha de ser guardada en un museo y conservada para memoria de algún hecho histórico, sino» un símbolo vivo de identidad, de tradición y de cultura de un pueblo». Tras años de olvido, hace medio siglo resurgió el respeto por estos símbolos y por recuperar su presencia. Muchos pueblos guardaban telas ajadas y estropeadas, hicieron cuestaciones y recuperaron sus símbolos. La mayoría emplea seda adamascada, que se coloca sobre un mástil de dos a trece metros que se eleva al cielo. Generalmente termina en dos puntas, y en ocasiones se adorna con flecos y una pequeña cruz que representa la presencia de la parroquia en el acto concejil.
Después de lucirlos es obligado recargar pilas y en la paleta gastronómica de estos días destaca el dulce pecado de las rosquillas de San Froilán de leche, mantequilla, harina, huevos y glasé de azúcar. Sin olvidar que esta es tierra de morcilla sobre una buena rebanada de pan de hogaza y de chorizo en todas sus formas. Así que no es de extrañar que el aire huela a ese rico embutido y en los últimos años, al pulpo, el lacón y las empanadas del mercado de las Tres Culturas.