Diario de León
La solemnidad del Nazareno en la procesión de los Pasos.

La solemnidad del Nazareno en la procesión de los Pasos.

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León

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León siempre estuvo en vanguardia de este tipo de manifestaciones. Ya en el año 1572, hay constancia de estar establecida en la ciudad la cofr adía titulada Nuestra Señora de las Angustias y Soledad, que se vio acompañada 39 años después por la del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, y al año siguiente por la de Minerva que se unió con la de La Vera Cruz dos siglos y medio después. El viejo convento de Santo Domingo, que dominaba el solar que hoy ocupa la plaza de su nombre, fue matriz de las dos primeras cofradías hasta su incendio francés. Hoy aún conviven parejas, desde 1814, en la capilla de Santa Nonia.

Así nacieron los «papones», esa figura tan leonesa de los cofrades encapuchados. Mucho se ha especulado en torno al origen de este nombre, y he de aclarar que pertenece a la nomenclatura astur-leonesa de los tiempos del «Bable», que como primitivo dialecto derivado del latín, nominalizó algunos verbos populares, entre ellos el pappare : comer o tragar, y en su fijación aumentativa apareció el nombre de «papón», que todavía en Asturias forma parte de la simbología de trasgos y duendes con valor significativo de lo que nosotros llamamos camuñas , tragaldabas o simplemente coco .

También había que «matar judíos». Pero en lo que la Baja Edad Media y principios de la Moderna, llegó a ser cruenta realidad alentada por Torquemadas inquisitoriales, vino a convertirse en un enfrentamiento pacífico con unas buenas dosis de limonada donde el perdedor puede ser, paradójicamente, el más matón de todos, que suele salir tambaleante de la refriega.

Los chicos de la posguerra queríamos ser papones. Aquella túnica plisada, aquellos cordones y, sobre todo aquel capuchón que le daba un no sé qué de misterio novelero, nos ponía los dientes largos. Pero no todo el mundo podía pagarse su penitencia , la nuestra estaba sobre un bordillo de la acera de Santa Marina tratando de reconocer a cualquiera de nuestros amigos en sus gestos habituales, que terminaríamos desvelando en el largo paréntesis del Sermón de la Siete Palabras, que alguien soportaba en la antigua iglesia jesuítica mientras que los papones y paponillos jugaban a las adivinanzas carnavaleras del «¿A que no me conoces»?, rodeados de encantadoras chiquillas que seguían el juego haciéndose las distraídas.

Y en medio de aquel galimatías de papones, chiquillas, barquilleros, mujeres rezongonas que pedían la primera fila para sus retoños y viejos gruñones que exigían un silencio cartujano, se recomponía la procesión al toque de esquila, clarín y tambor, manejados `por los componentes de la más que popular Ronda, que habían pasado la noche en blanco en su típico recorrido de las calles leonesas al grito de ¿Levantaos, hermanitos de Jesús, que ya es hora!.

Finalmente, la presencia del Nazareno de la Cofradía del «Dulce Nombre», con su ritmo y solemne balanceo, ponían en el ambiente la nota de recogimiento, y quizá de reflexión. Y sin querer, a todos nos venían a la memoria los cadenciosos versos del poeta extremeño: «Cuando pasa el Nazareno de la túnica morada...»

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