El ojo del papón | Jorge Revenga
Martes Santo: cuando el perdón se hace bandera
Un año más la Cofradía del Perdón ha vuelto a conseguir ese pequeño milagro. Otra tarde de martes santo y frente al Locus Apellationis ubicado en nuestra Catedral -si el agua primaveral lo respeta-, se volverá a pregonar que se ha logrado la gracia del Consejo de Ministros. En esta ocasión, un condenado por un delito contra la salud pública dejará de ser reo. Es una lástima que la ubicación del acto -tras las rejas- no permitan al pueblo de León contemplar más cerca la ceremonia. Pero no importará. Seguro. La plaza de Santa María de Regla volverá a llenarse de hermanos ferroviarios y de público. El Orfeón Leonés pondrá la música. Desde la salida de su procesión del Asilo de las Hermanitas de Ancianos Desamparados habrán seguido un lento camino para presentar la albricia. Así debe ser. Y que sea, además, por muchos años.
Al pasar por San Martín -sobre las ocho de la tarde- unas enlutadas leonesas acompañadas de algún varón ( grupo Andadura ) cantarán una plegaria haciendo honor a la calle donde su ubican. Los papones del Perdón harán una ofrenda al Cristo de Afuera de San Martín. Allí los esperarán los hermanos de una de las cofradía más antiguas de León, la de Ánimas del Cristo de Afuera, y el cortejo no se detendrá pues tienen un compromiso con la reciente historia de nuestra ciudad.
Bajo las andas también habrá condenados y pensarán -quién sabe- si acaso otro año puedan ser ellos los que reciban la conmutación de sus penas. Los faroles que acompañan el cortejo en perfecta formación no se detendrán hasta muy entrada la noche. Porque no se engañen. Aunque Ordoño II parezca abandonar a esta cofradía sobria y austera, cuando vuelvan a atravesar las vías para llegar a su parroquia, el barrio -"su barrio-" se agolpará en las aceras para recibirlos con un abrazo sincero, con muchas sonrisas y con los corazones en un puño: la cofradía del Perdón ha vuelto a hacer historia y la Madre de la Paz y su Hijo se encontrarán de nuevo antes de encerrarlos en la iglesia y decirles hasta el año que viene.
A las ocho en punto de la tarde, la iglesia de Santa Nonia se habrá convertido en esta ocasión en un templo exclusivamente mariano. En sus adentros se respira nerviosismo, emoción y mucho incienso. Tres Madres parecen querer -ansiosas- echarse a la calle. Aunque, para ser justos, las ansias están en los hermanos y en muchas -muchas, se lo aseguro- hermanas que quieren volver a llevar a Las Lágrimas por el centro.
La procesión es pequeña de tamaño. Pero grande en esencias. En seriedad. En forma de puja. Y en gestos papones. Acaso Burgo Nuevo o Teatro sean buenos sitios. Aunque si me dejan a mi guiarles, yo me apostaría en la plaza de las Concepciones y allí, dejándose llevar por los aromas de incienso, por la oscuridad de la noche y por las voces nuevamente de Andadura, saludaría a las Tres Madres que parecen no querer llegar a su destino. Es muy probable que una ya casi luna llena las observe, la de Nisán, que marca los inicios de nuestra Semana Santa.
Mientras tanto, olvidando tantos papones que esa tarde darán sus enguantadas manos a multitud de niños que los observan desde las aceras, el templo franciscano rinde homenaje al antiguo Cristo de los Toreros de la Basílica de Medinaceli de Madrid. Estará en el centro del templo, en el presbiterio, esperando el beso de sus devotos al finalizar el acto. El sobrecogedor Vía Crucis se representa alrededor de una iglesia que cada año congrega más fieles. El pueblo de Villalobar, su coro de mujeres, pone la emoción y nos narra la pasión de Cristo. Este acto demuestra lo que muchas veces es preciso recordar. Hay ocasiones en las que la sencillez de los actos son las mejores galas para presentarlos. Acudan dispuestos a sobrecogerse. A respirar incienso y oración. Y a disfrutar con los silencios en contrapunto con unas voces muy leonesas.