Diario de León
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León

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Una plaza vacía

que deprisa se ataja,

una ilusión constante en un empeño,

una fe desgastada.

Muchas noches de insomnio,

de vueltas en la cama.

Una luna radiante que sonríe

y se va con la escarcha.

Una vida que quiere

seguir en la distancia

soñando cada paso en un instante:

todo es Semana Santa.

Una madre que llora

sin saber lo que pasa.

Un corazón abierto, muchos sueños

cargados de nostalgia.

Un beso agradecido,

una flor marchitada,

muchas manos tendidas para siempre,

el roce de las andas.

Y las promesas que nunca se desean:

todo es Semana Santa.

Las estrellas que sienten

que ellas ya no son nada

y el tiempo que va yendo inexorable,

pues no tiene parada,

como la vida misma

cuando la muerte llama.

Y al levantar los ojos,

un niño que se pierde en la distancia.

El calor de un abrazo,

el sabor de una taza

cargada de humeantes ilusiones:

todo es Semana Santa.

Una voz que susurra,

otras muchas que cantan,

cientos de manos negras y de cuero

que se rozan amargas.

Una corneta que abre

una noche muy larga

cuando las piedras, solas otros días,

están acompañadas.

Y en los sueños se escucha

una voz desgarrada

que va diciendo a gritos en la noche:

¡Todo es Semana Santa!

Una capilla abierta,

antaño abandonada

y que ahora rebosa penitentes

con el alma descalza.

Un pedestal vacío,

el incienso que abrasa,

una Virgen que se acerca doliente

por la vieja muralla.

Y un Cristo abandonado

todo un año en su casa;

mas una primavera lo convierte

todo en Semana Santa.

Cuando llegue mi hora,

y la vida se vaya

acercadme una rosa que haya ido

por las calles y plazas.

Entonces, si la muerte tan vacía,

no acabara en la nada,

también la soledad fría y eterna

será Semana Santa.

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