Un año y diez días de pena, no de condena
El Encuentro cierra la Semana Santa, que volverá el 15 de abril del 2011
Encargó una buena mañana la Real Hermandad de Jesús Divino Obrero para que el Domingo de Ramos brillara como no lo hizo el Viernes Santo y a fe que sus plegarias encontraron respuesta. Así que la Plaza de Regla se llenó de papones, fieles, autoridades, curiosos y viandantes, prestos todos a despedir la Semana Santa.
Y así, siete minutos antes de la hora prevista, aparecieron los primeros efectivos de la Banda de Cornetas y Tambores de la Cofradía del Cristo del Gran Poder, envueltos en los últimos aromas a incienso de la Semana de diez días, que diría el pregonero Revenga. San Juan hizo lo propio, ya después de las campanadas de las 10.00 de la mañana, escoltado por las corcheas y las semifusas limpias y diáfanas de la Agrupación Musical de la cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno. Tal elegancia dejaron los sones de Jesús del Prendimiento que por momentos, las notas parecieron llevar pajarita. Si no lo hicieron fue por falta de permiso del Hermano Motorines, fijo.
La Agrupación Musical de Las Siete Palabras se hizo notar por San Pedro arriba a los ecos de Caridad del Guadalquivir . La talla de «Las Tres Marías» tomó su sitio y comenzó a mecerse al ritmo de La Madrugá . Cosa fina.
La Banda de Cornetas, Tambores y Gaitas del Divino Obrero entró en escena escoltando al Resucitado y a Monseñor Julián López se le iluminó la cara. La plaza llena, Domingo de Resurrección, buen tiempo... A pedir de boca. Incluso el sonido de la megafonía funcionó sin problemas. ¡Aleluya!.
Menos satisfacción les cupo a los efectivos de Protección Civil encargados de contener a la masa para que no se invadiera el espacio acotado. Por momentos, hubo quien tuvo que ponerse serio.
Y comenzó la alocución de Pascua «en la más perfecta Catedral gótica de España, para celebrar la festividad cardinal de la cristiandad».
Hubo una dedicatoria emocionada «a la gubia de Víctor de los Ríos, que depositó en la madera expresivos contenidos pasionales de un aventurado realismo». Se leyó un pasaje del Evangelio según San Lucas, mezclada con las campanadas de las 10.30 de la mañana. «¡Resurrexit!. En esta dominica de Nisán, fiesta principal del cristianismo, la escenografía urbana que ocupamos se muestra mitad blanca y mitad morada. El blanco es símbolo de inocencia y esplendor. El morado, sinónimo de trabajo, humildad y penitencia. Nuestras túnicas blancas y nuestras capas y capirotes morados hace más de media centuria que son abanderados identificativos en León de este acto que conmemora la Resurrección de nuestro Señor».
«Por toda esta antigua corte de Reyes se propagará la secuencia más esplendorosa que atesora el seno de la comunidad eclesial, el acontecimiento más extraordinario de la historia de la humanidad: la Resurrección del Hijo del Hombre. Ante la Pulchra Leonina, sagrario de religión y arcón de arte, en palabras de Cayón Waldaliso, Jesús Divino Obrero solemniza y pone en escena El Encuentro, un acto que esta antigua capital del Viejo Reino rememora solemnemente. ¡Felices Pascuas, Cristo ha resucitado!».
La ceremonia de la imposición de la corona a la Virgen puso a prueba los nervios poco templados del hermanos responsable de la tarea. No era para menos. A buen seguro, la noche anterior se le habían acumulado las pesadillas sobre el broche que se atasca o el imperdible que se rompe...
Pero no. Pese al tembleque de las manos, la operación se completó con éxito. El manto enlutado de la Virgen María trocó de negro a blanco en un periquete. Recibió el abrazo emocionado de los demás hermanos al poner pie a tierra y la suelta de las palomas, el descubrirse de los hermanos y la suelta de palomas confluyeron en el tiempo, por fortuna no en el espacio.
Irrumpieron las lágrimas, a medio camino entre las emociones y los recuerdos, empezaron a bailar los pasos y el Himno a la Alegría tomó el mando sonoro de la mañana. Se murió la Semana Santa justo cuando el Señor volvió a la vida...