EL OJO DEL PAPÓN
Esencia de León, aires del Sur
Es probable que cuando estos consejos lleguen a sus manos, ya hayan vivido escenas que cualquier sábado anterior a Ramos llegan fieles a su cita cual campanadas de fin de año. La ciudad -”muy de mañana-” se ve sorprendida por un trasiego de tronos, pasos e imágenes arrastradas en remolques, muy distintas -para qué negarlo- a su tránsito en las procesiones. Es cierto. Puede parecernos antinatural, hasta irreverente si me apuran. Pero de alguna forma deben llegar a sus destinos habida cuenta de la imposibilidad material de guardarlas en las sedes cofrades. Y de la inexistencia -”ya casi secular-” de un museo donde albergarlas.
La mañana -”salvo esos traslados mecánicos realizados por los servicios municipales, bomberos incluidos-” no nos evocará nada que tenga que ver con la Semana . Sólo si acudimos a San Isidoro podremos atisbar algún movimiento de montaje. Pero quizás sea esa peculiaridad lo que dote a este sábado poco papón en apariencia, en algo mucho más mágico.
La jornada vespertina es otra historia. En una ciudad semivacía que sin duda se encuentra sesteando, a las cinco de la tarde muchos curiosos se acercan a Santo Martino. Allí, tras los portones de lo que hoy es Hospedería monacal, tres pasos se encuentran preparados para abrir la estación de penitencia. Los hermanos se esconden en el atrio pues, antes de salir, tienen sus propios ritos de promesa, silencio y oración. Este año, el broncíneo Yacente que se estaba despertando haciendo honor a su nombre, Jesús de la Esperanza, obra de Melchor Gutiérrez San Martín, se ha transmutado en un cautivo ante Anás salido del taller del hispalense Jesús Babío -”y cuya obra se completará en los próximos años-”. Seguirá pujado a dos hombros incluso, como novedad, habrá muchos hermanos bajo trono. Siempre se ha dicho que esta hermandad sacramental y penitencial recuerda, y mucho, a las procesiones sevillanas. El recorrido es corto. Su forma de caminar, lenta. La Virgen de la Piedad y del Milagro (s. XVI) y Nuestra Señora de la Esperanza (Miguel Bejarano, 2002) completan un cortejo que convierte, ciertamente, la Rúa en Sierpes, y la Ancha en Campana. No se pierdan la recepción de los tres pasos con las voces de la Coral Isidoriana en la plaza de San Isidoro (sobre las 18, 30), el discurrir de la procesión por las arterias del Húmedo, la llegada a la capilla del Cristo de la Victoria (sobre las 22,30) o el final del cortejo en noche cerrada. Este año irá instrumentado con La Victoria, y las Agrupaciones de Jesús y Angustias. Poderosa música para una procesión ya imprescindible.
A las seis y media, siete y siete y media de la tarde, comienzan respectivamente en Concepciones, Carbajalas y Santa Nonia, la misa de entrada de hermanos (Santo Sepulcro-Esperanza de la Vida), el Besapié al Cristo de la Redención y el primer día de Triduo a Nuestro Padre Jesús Nazareno. Probablemente, el acto de más recogimiento sea el Besapié de la Redención. Solo una advertencia: si no llegan con tiempo suficiente no lo intenten. La capilla es pequeña para acoger a tanto devoto que acude a escuchar el rezo que las madres benedictinas hacen en Vísperas. Y es que la Semana Santa del pasado cada vez mueve más corazones.
A las siete de la tarde también, parte de la Iglesia Parroquial de Jesús Divino Obrero la Procesión de Hermandad, original propuesta nacida de los hermanos del barrio de El Ejido y en la que, cada año, se transita por una localidad: León o La Bañeza. Este año los nazarenos bañezanos nos acercan la obra San Juan Camino del Calvario (Hipólito Pérez Calvo, 1975) que, junto a Soledad leonesa, hará sin duda las delicias de los amantes de los cortejos procesionales. Estén atentos a la forma de mecer el paso por los bañezanos al ritmo de la música. Y los espléndidos ropajes de la Soledad que Víctor de los Ríos entregó a la hermandad leonesa en el año 1957.
El barrio de San Claudio esconde también momentos memorables. A las nueve y cuarto de la noche parte de la iglesia el Vía Crucis al moreno Cristo de la Bienaventuranza. Los hermanos de negro y celeste lo llevarán sobre sus hombros a cruz descubierta, sin trono, e irán rezando las estaciones. Si otros años era parte de La Madrugá -”interpretada por cuerda-” la música que nos emocionaba a la entrada en el templo, este año el Trío de Capilla Legio VII seguro que nos sobrecoge con unas Saetas del Silencio y otras composiciones que nos recuerdan cómo debían ir sonorizados nuestros más remotos cortejos. El Cristo titular de esta penitencial tiene, incluso, composición propia, obra del director del mencionado grupo de capilla.
Si han podido saborear los momentos que les he aconsejado, no me cabe la más mínima duda que habrán disfrutado con un Sábado de Pasión distinto. Hasta incluso, créanme, les habrá dado tiempo a probar alguna limonada y es que, como vengo manteniendo desde hace mucho tiempo, la Semana Santa necesita de los cinco sentidos...