Las llagas de cristo, las carreras de los papones, las lágrimas y el asombro
El Santo Sepulcro tuvo suerte. Su procesión estaba fijada casi a las 10 de la noche y, a esa hora, no llovía. Así que el Calvario estuvo en la calle. Para entonces, el resto de las procesiones se habían ya disuelto en agua. ¡Un año para esto! Sólo así se entiende el llanto abierto de los niños, las lágrimas de las manolas y las carreras de los braceros para proteger las tallas y llevarlas a toda prisa a casa. Y en medio de ese desbarajuste organizado, de la desbandada general, del toque en ordinaria, el asombro de un niño. Se mira el paponín los zapatos, quizá de estreno, ajeno a la que se avecinaba desde el cielo. Y la mano enfundada cambia hombro de hermano, de hermana, para sacar en procesión al crío, que heredará la Pasión de León y la hará heredar.