PAPONA DE ACERA
Domingo de Ramos, Poder y Redención
Arranca el día temprano, apenas recién despuntado. A las 8 de la mañana, una pequeña romería camina túnica en mano por las calles de la ciudad. Es la hora de la bendición de los hábitos que vestirán a los papones esta Santa Semana. Agua bendita para las túnicas que cubren un bendito esfuerzo. Un rito mil veces repetido. Quizá el más numeroso, en la capilla de Santa Nonia, donde se citan sin distinción los del Dulce Nombre y l@s de Angustias.
Mil veces repetido otro ritual, el de la bendición de los ramos y las palmas. Es tradición en la iglesia de San Francisco de la Vega, sede del Perdón. A las 10.45 de la mañana, el agua bendita rocía ramas verdes, un pequeño bosque andante que se encamina después a Botines, donde se mezcla con las palmas blancas que el viento y el camino mecen como juncos. Allí aguardan juntos la Borriquilla, la Corporación en pleno con palmas, escoltados por maceros y policía local de gala, el obispo y el Cabildo catedralicio, pues está en los legajos que procesionan todos juntos desde el siglo XVI. Irán camino de la Catedral, donde se leerá el Evangelio a tres voces como recoge la tradición cristiana.
Manda luego otra tradición, pagana pero sagrada, que después del desayuno de chocolate con churros se lleven a casa de los padrinos las palmas, que bendecidas bendecirán el hogar de quienes adquieren la misión de proteger como padres en ausencia de los padres. Siete días más tarde, los padrinos de pila invitarán a los ahijados al bollo, convertido en estos tiempos en huevo de Pascua, y el Miércoles de Ceniza mandarán quemar la palma para no olvidar que todo es eterno y efímero. Se cierra así el círculo sagrado de la sagrada protección.
Endomingada la ciudad, de estreno obligado por el refranero popular —«quien no estrena en Domingo de Ramos, no tiene pies ni manos»— aguarda a la primera procesión de la tarde, la del Gran Poder, la que avanza desde las Trinitarias por los Cubos para recorrer la ciudad vieja, la que arranca al escuchar los tres toques y mece por León las tallas de los apóstoles. La que viste de negro y plata, de poderío y poder la tarde del último día antes de que todo se tiña de Pasión.
Entonces, se dejará oír en la ciudad un antiquísimo rezo, «por tu Santísima Muerte, dainos Señor buena muerte», la letanía que los jóvenes de Corbillos de la Sobarriba ofrecían al Cristo del XVIII llamado aquí el ranero . Impresiona la procesión, recogida, austera, sobria. Sin más concesiones que la emoción pura.
Cuando los del Silencio y su Dainos pasen por las Carbajalas, el llamador de la Redención gritará alto y claro: «A vosotros os llamo». Y al tercer toque, se abrirá el portón del viejo convento y de negro y rojo convertirán las callejas los papones de Nuestro Señor Jesús de la Redención. Tres impresionantes tallas en la calle: el Cristo de Juan de Anchieta, el Ecce Homo de Pedro de Mena y la Divina Gracia del imaginero Antonio José Martínez, que sale en procesión por primera vez. Silencio y rigor roto por el sonido seco de las horquetas, que la cofradía ha rescatado del pasado.
Tiempo de creer en esta Pasión heredada. En domingo de Redención.