Diario de León
León

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Es tarde de víspera en León. Víspera del final, de que acabe una Semana Santa eterna de diez días, de que llegue el momento de recoger túnicas y capillos, de secar las últimas lágrimas contenidas, de guardar la emoción.

Es tarde plena, la última tarde de la Pasión leonesa, antes de que las campanas de la ciudad entera volteen tocando a Gloria en el umbral de la media noche, anticipo del Domingo de Resurrección.

Tarde de Desenclavo y recogimiento. Saldrán los hermanos y hermanas de Santa Marina la Real, donde dicen que Pelayo trajo la imagen de la santa Marina y la dejó en custodia en su camino de reconquista, en uno de los cubos de la muralla, quién sabe si en el mismo en el que los cofrades de Genarín hayan hecho su irreverente ofrenda al santo putero y borrachín, donde dicen que creció el colegio que a punto estuvo de ser convertido en Universidad, donde se cobijó el Santísimo expuesto en la basílica de San Isidoro cuando las tropas napoleónicas tomaron el panteón de Reyes por cuartel general y sus tumbas por abrevadero de caballos, en el lugar donde Roma se hizo León.

Allí, en territorio viejo, la cofradía del Desenclavo inicia un ritual al que la ciudad se ha rendido. Un rito recuperado, que fue olvidado, desplazado, apartado. Un ceremonial hermoso y delicado que fue antaño reverencia en Pasión. De Santa Marina arranca la procesión del Desenclavo para hacer el desenclavo. Vuelta este año a San Isidoro, en la puerta del Perdón, que más simbolismo pareciera imposible. Vuelta a San Isidoro para bajar, en medio de un impresionante silencio, a Jesús del madero y envolverlo inerte en un sudario y guardar los tres clavos que ataron su cuerpo a una cruz. Y luego, camino del viejo camino que surcaban a diario las legiones romanas, en el León más antiguo, en el solemne León que vigila la Catedral, en la calle que fue de una Canóniga, Isabel de Villalobos, cuya generosidad con la Iglesia fue tal que nadie pudo impedir que llevara la dignidad de un cargo reservado a los hombres, en la calle que es ahora de un cardenal, Landázuri, las clarisas, enclaustradas en su claustro, rezarán la Salve cantada a la Virgen del Desconsuelo. Y volverá la procesión, con el Cristo en su sudario, a Santa Nonia, camino de Abadía, Santo Martino, Puerta Castillo y Serranos, allí por donde pisó Roma para hacer León y donde León hizo Roma pisada por las legiones de Servio Sulpicio Galba, que de aquí partió el que llegó a ser emperador del imperio romano.

Y recogida el Desenclavo, caminará aún por la ciudad la solemne procesión de La Soledad, la de Jesús Divino Obrero, la que tiñe de morado y belleza la ciudad a la caída de la tarde, la que estrenó la igualdad en la Semana Santa. Cincuenta y cinco años siguiendo el mismo camino, trazando la ruta que guiará al día siguiente la última procesión de la Pasión, también suya, también de León.

Y de tarde llegarán a la Catedral los de Santo Sepulcro con su bellísimo ritual del fuego sagrado, que habrán entregado en la parroquia de San Martín, en el convento de las Concepcionistas, en la iglesia de San Marcelo y en el templo en honor a Santa María. Y allí, en el gótico más hermoso del mundo, se celebrará la Vigilia Pascual. A media noche, las campas voltearán tocando a Gloria. Y se acercará el final.

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