Diario de León

PAPONA DE ACERA

El día que comienza tarde

León

Creado:

Actualizado:

Empieza el día de tarde, cuando todo ha cerrado ya, cuando las Agonías, la cofradía de las cien mujeres, saquen a su Cristo cargando con el patíbulo, con uno de los dos maderos de la cruz, como hacían entonces, en tiempo de Jesús, con los reos de muerte, con la sentencia grabada en la túnica, en tres idiomas, latín, griego y arameo, lo que se hablaba en aquella época, para que a nadie le quepa duda, para que todos sepan que es su talla, su cruz, la de ellas y no la de la Real Cofradía de Minerva y Vera Cruz, que ellos tienen otra, el Lignum Crucis, con la reliquia del madero en el que murió Jesús, santa astilla donada en 1959 por el obispo Almarcha, conservada en otra cruz estofada en oro y sobredorada que estuvo en el retablo de la Santa Cruz, en el monasterio de San Francisco, cuando corría el año 1586, y tras la cruz en Tau, la Amargura, tenuemente iluminada por la luz de la luna, si se deja ver, mecida por los braceros, bailada quizá al son de Tengo Sed, a la misma hora en que, en sentido contrario, para no encontrarse, el Silencio saca, en riguroso silencio, a su Jesús Cautivo, el de Medinaceli, el de la cofradía de los toreros, el que devociona León, el que va en la procesión que antes se llamaba ‘sólo de hombres’, la ciudad enmudecida, estremecida al paso de los crucíferos, que llevan no sólo el patíbulo, como el Jesús de La Agonía, sino la cruz completa, santa redención, anónimo Vía Crucis personal, pues ni ellos saben quiénes son, el primero de los calvarios de ese día que empieza de tarde y sigue en la noche, cuando los del Perdón recorren su barrio, el de los ferroviarios, con parada en 14 estaciones, las mismas, en otras calles, para el Cristo de los Balderas, el que encargó al gran imaginero, a Gregorio Fernández, don Antonio de Balderas, en 1631, para presidir el altar de la capilla que lleva su nombre, en San Marcelo, donde aún reposan los restos del antiguo Mayordomo y su mujer, María Flórez, el que costó 266 ducados, el que copió con maestría Amado Fernández, en 1966, todo menos una marca en el rostro, que se negó el imaginero leonés, pues pareció una afrenta al gran maestro que no hubiera una mínima diferencia, y esa copia perfecta pero no igual es la que saca las Siete Palabras en el tercer Vía Crucis, a las 12 en punto, cuando no se sabe si es de noche o nuevo día, en conmovedor silencio roto por cientos de almas, vela en mano rezo en el corazón, siguiendo al tambor destemplado y los faroles dorados que no hacen sombra a las antorchas del Desenclavo, que a esa misma hora sale por Santa Marina, el barrio en el que Pelayo, don Pelayo, el que comenzó la Reconquista, dejó a su santa del mar tierra adentro, en el cubo de la muralla romana, en la del Genarín, en el barrio bajo el cual está Roma misma, primera tierra pisada por la VI Victrix, por la VII Gémina Pía, el territorio que un cronista de León, el gran cronista, el que contó lo que sabía, el que buscó y no guardó, Luis Pastrana, dio algo de luz en las tinieblas, y por eso la Ronda del Desenclavo lleva su nombre, y por eso la ciudad le ronda y guarda recuerdo, el día que comienza tarde y todo ha cerrado ya.

tracking